Hijos del PRE y de AP

Por Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Armado el teatro, los actores ponen todos sus esfuerzos para convencer a la platea. La platea que, generosa, se conmueve, se come los cuentos como si fuera canguil y no encuentra otra forma de retribuir tal esfuerzo, sino con algo insignificante: el voto. Así las cosas, de pronto aparecen en la escena actores y actrices improvisados, de esos recién llegados que no pasaron los cursos respectivos de histrionismo, gesticulación y ademanes, que, no obstante, se atreven a montar su propia comedia. Y lo hacen mal, pésimo.

¿Qué nos haríamos con los hijos del PRE, no los queremos», dijo con cara de angustia una señora que a más de actuar, se supone que legisla? Salió con este libreto que no es nuevo en realidad. Sorprendió al público, no por lo novedoso o ingenioso de la ofensa, pero sí porque se suponía que estos representantes del nuevo teatro iban a romper con todo el pasado oprobioso que tan mal nos dejó como país. Y resulta que llega un momento que se parecen tanto que uno termina confundido, sin saber quién es quién sobre las tablas.

Y luego ya está la consigna: todos somos hijos del PRE, agarraron como muletilla los ofendidos. Y es cierto, me puse a pensar. En nuestro país debe haber miles de miles hijos del PRE. Como hubo miles de miles hijos de Velasco Ibarra, aunque ninguno llevó su apellido. Como se están procreando y reproduciendo en este preciso momento miles de miles hijos de AP.

Y que no vengan los actores revolucionarios a criticarlos, porque están en sus entrañas. Estuvieron con ellos desde el principio, los ayudaron a consolidarse y les dieron valiosas lecciones de cómo engatusar a la gente. Su líder, Rafael, tranquilamente puede pasar como otro hijo del PRE, tal vez el ungido, el favorito. Él, que aprendió mejor y más rápido a perfeccionar la conquista de las masas tan solo con su lengua. Meritorio en realidad. Desde Abdalá, en efecto, ese encanto conquistador de votos no se había repetido hasta que llegó Rafael, que copió la descalificación abdalesca y la convirtió en el nuevo lenguaje correísta.

Tienen otra cosa en común: su inmenso amor por los pobres. Ese afán de mezclarse con ellos, de compartir sudores, de simular sus lenguajes. Esas ganas de mimetizarse en sus grupos, de dormir en sus casas, de utilizar sus mismas cucharas en los mercados. Eso no lo inventó Rafael, fue Abdalá. Prohibido olvidar.

Abdalá algo hizo bien. Fue justamente dejar una escuela que se quedó sin su mejor profesor por mucho tiempo. Por eso los graduados de primaria tienen miedo de que este profesor regrese y los haga quedar en ridículo ante el maestro que los enrumbó en estas artes y que, hay que reconocerlo, no ha sido superado en su estilo. Nadie lo hace mejor que él y los bachilleres lo saben. Por eso prefieren tenerlo lejos.

Mientras tanto, los hijos de AP deberían dejar de hacer el ridículo. Se vienen elecciones y los malos actores no tendrán cabida en la siguiente función. En esto hay que ser buenos, convincentes, teatreros. Para que la platea vote pensando que acertó.

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2 Comments

  1. Soberbio, ha sintetizado en un artículo toda la verborrea que ha permitido a los populistas llegar al poder.  Excelente artículo, my destacado.

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