Armstrong nunca fue a la luna

Ezequiel Fernández Moores
Buenos Aires, Argentina

Supervivencia: cambiando la forma en que el mundo combate el cáncer». Es el título de la lectura que Lance Armstrong pronunciará hoy en la sesión plenaria del Congreso que la Unión Internacional Contra el Cáncer (UICC) celebra en Montreal. Fundada en 1933 en Ginebra, la UICC, que por primera vez tiene como presidente a un argentino, el doctor Eduardo Cazap, es la ONG más importante en la lucha contra el cáncer. La enfermedad, que matará a unas 8 millones de personas en 2012, fue descubierta en 1996 a Armstrong. Lance, que siempre fue un portento físico, había negado el dolor durante meses, natural en un ciclista. Los médicos le diagnosticaron un cuarenta por ciento de chances de vida antes de operarlo.

Tenía una docena de tumores en su cuerpo. El testículo, que fue amputado, había triplicado su tamaño, Armstrong escupía sangre y le estallaba la cabeza. Le detectaron metástasis en el pecho y dos puntos como uvas justo debajo del cráneo. «Tienes las mismas posibilidades que lanzar una moneda al aire», le admitió el neurocirujano Nichols Scott Shapiro.

Armstrong contará hoy en Montreal a eminencias médicas y a ministros que el cáncer cambió su vida. «Todos deberían creer en algo y yo creí en la cirugía, en la quimioterapia y en los médicos». Contará por qué creó Livestrong, su fundación de lucha contra la enfermedad. Y dirá que, tres años después de la operación, de moribundo pasó a Superman y ganó siete años seguidos el Tour de Francia, la prueba más exigente del deporte mundial, recorriendo casi 3700 kilómetros, con subidas a los Pirineos, en 20 días, a una media de 40 km por hora. Ningún aficionado podrá igualar esa hazaña.

Pero hay miles que sí combatieron el cáncer leyendo «Mi vuelta a la vida». El libro que Armstrong escribió en el año 2000, junto con la periodista del Washington Post Sally Jenkins, abre imaginándose una muerte «perfecta, antítesis» del final «patético» que le habían pronosticado. «Quiero morir a los 100 años de edad, con una bandera norteamericana a la espalda y la estrella de Texas en el casco, tras descender gritando por los Alpes sobre una bicicleta, a 120 kilómetros por hora. Quiero cruzar la meta y oír a mi esposa y diez hijos aplaudiendo y luego quiero tumbarme en un campo de esos famosos girasoles franceses y expirar con elegancia». El campeón hoy es acusado formalmente de tramposo y corre riesgo de perder casi todos sus títulos. Livestrong vivió de Armstrong muchos años. Ahora, dicen los que conocen al mejor ciclista de todos los tiempos, es Armstrong el que precisa a LiveStrong.

La fundación, que el viernes pasado, al día siguiente del castigo por doping, recaudó 78.000 dólares, 25 veces más que un día promedio, recibió donaciones por un total de casi 500 millones de dólares, alivia y paga viajes a los enfermos, dicta cursos y congresos por el mundo y hasta colaboró con las víctimas del terremoto en Haití. Sus pulseras amarillas, vendidas por millones, son símbolo de lucha y esperanza. El periodista Bill Gifford, que tras rechazar presiones de los abogados de Armstrong, publicó en enero pasado en la revista Outside el informe más completo que he visto sobre Livestrong, planteó sin embargo una duda: «¿Livestrong existe para combatir el cáncer o para promover a Lance?». Gifford revisó durante meses los números de la fundación, cuya nueva sede abrió en 2010 en Austin y tiene 88 empleados, dos de los cuales atienden las consultas telefónicas de los miles que llaman por ayuda.

Gifford no encontró irregularidades, pero advirtió que, lejos de las cifras difundidas por los medios, Livestrong, apoyada por Nike y otros diez patrocinadores, destinó apenas 20 millones de dólares a investigaciones sobre el cáncer desde su creación en 1997. La fundación del actor Michael Fox, con un presupuesto similar de casi 40 millones de dólares anuales, destina 33 millones a la investigación sobre el Parkinson, compara el informe. La mayor parte del presupuesto de Livestrong, escribió Gifford, se destina a promover a la fundación y, de paso, a la figura de Armstrong y su mensaje. Lance, que suele cobrar unos 120.000 euros por sus charlas, decidió devolver 1,2 millones de dólares a la fundación (Livestrong.org) después de ser criticado por un traspaso accionario que había hecho a la menos conocida Livestrong.com.

Fue la codicia del propio Armstrong, tal vez, la que derivó en las primeras denuncias judiciales sobre el doping. Lance, que creció abandonado por su padre, había apostado a su monopolio en el Tour asegurando sus triunfos por sumas millonarias. SCA Promotion, consciente de las sospechas, se negó a pagar y abrió una causa que terminó perdiendo. Esos testimonios, sin embargo, interesaron al FBI, que actuó porque el US Postal, ex equipo de Armstrong, es dinero federal. Hasta los compañeros más fieles de Lance, como George Hincapie, terminaron confesando bajo juramento y amenaza de prisión. La causa quedó archivada, pero interesó a la USADA, la agencia antidoping acusada de hacer la vista gorda a atletas y nadadores, pero no ante Armstrong.

El juez Sam Sparks, última esperanza de Lance en la justicia ordinaria, sugirió que Armstrong podía estar siendo víctima de maniobras «políticas», pero avaló a USADA porque la Agencia tiene apoyo legal del Congreso de Estados Unidos. Consciente de que los testimonios en su contra eran demoledores, Armstrong, el gladiador incansable, tiró la toalla. Si perdía el juicio de USADA, podría haber apelado ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), aunque 58 de 60 atletas de Estados Unidos perdieron sus casos ante ese cuerpo.

Armstrong renunció acaso consciente de que, si la investigación seguía, y ante la gravedad de los cargos, podía terminar en la cárcel como la atleta Marion Jones. Eligió preservar su figura. El campeón arrogante que siempre apuntó de modo impiadoso y hasta dejó sin trabajo a quienes sospechaban de él, periodistas como David Walsh o colegas como Greg LeMond, Filippo Simeoni y Christophe Bassons, se refugia ahora en el papel de «perseguido», víctima de una «caza de brujas». «Un gran matón», lo describió Betsy Andreu, esposa de Frankie Andreu, otro ex compañero de Lance, el cazador cazado. La moralina contra el codicioso ídolo deportivo, eso sí, pretende ahora despojarlo de todos sus triunfos y premios económicos, más allá inclusive de los ocho años de prescripción fijados por los reglamentos deportivos. Otros, que han estafado con ahorros, viviendas y salarios, se retiran en cambio con indemnizaciones doradas.

¿De reescribirse el pasado: a quién deberían adjudicarse los triunfos de Armstrong si 41 de los 70 ciclistas que terminaron en los diez primeros lugares de los siete Tours ganados por Lance dieron positivo en controles, tal la histórica cultura de doping en el ciclismo? ¿Se puede borrar al rey porque reinó en la década más química del ciclismo? El departamento de Relaciones Públicas de Armstrong, que incluye a periodistas que durante años se taparon los ojos, dice que Lance es el atleta más controlado de la historia y jamás dio siquiera positivo en unos 500 controles.

Fuentes menos comprometidas reducen esa cantidad a 236 controles, recuerdan que tampoco Marion Jones dio positivo y sin embargo terminó confesando su doping y dan dos datos más: Lance sí dio positivo del corticoide tramcinolona en el Tour del ’99 y fue exceptuado de sanción. Y su ex compañero Floyd Landis, campeón dopado del Tour 2006, denunció a los investigadores que Armstrong mismo le confesó que dio un positivo de EPO en 2001 y que fue cubierto por la Unión Ciclista Internacional (UCI), a la que Lance le regaló luego maquinaria antidoping. USADA asegura que viejas muestras de Lance, investigadas con los nuevos controles, confirman el uso de EPO. En estos días de ídolo caído, autoridades antidoping de Francia revelaron al diario Le Monde que Lance contaba «con apoyos» de la UCI y también del Comité Olímpico Internacional (COI) y que era avisado 20 minutos antes cada vez que se le realizaba un control sorpresivo.

Tenía tiempo para manipular sangre y orina. Las autoridades deportivas que continúan programando competencias inhumanas -un Tour, dicen algunos, podría equivaler a correr 20 maratones seguidas- podrían verse afectadas si la investigación no se agota en el ídolo deportivo. «¿Tramposo el mito que derrotó al cáncer?», se preguntó un aficionado en una página web en la que se hablaba también del otro Armstrong famoso, el austronauta Neil, muerto en estos días. «Ahora que Lance Armstrong es acusado de doping -ironizó el aficionado-, estoy comenzando a dudar seriamente sobre su historia de que caminó en la luna».

* Ezequiel Fernández es periodista argentino. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario La Nación.

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