Razón y fe

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

No se trata de la célebre revista española de teología que tanto aportes hizo en el período de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Tampoco de uno de los tantos lemas institucionales, falsamente conciliatorios, que esconden el carácter áspero y difícil del diálogo entre la fe y la razón. Se refiere sin embargo, como homenaje póstumo, al jesuita, teólogo y cardenal de la iglesia católica, Carlo Maria Martini que acaba de morir y que, durante estas últimas década, ha sido uno de los intelectuales más connotados dentro del pensamiento cristiano y también uno de los hombres que se arriesgó a pensar más allá de la frontera. «Cada uno guarda en sí a un creyente y a un no creyente que se interrogan recíprocamente» planteó en su Cátedra de los no Creyentes donde inició el diálogo con intelectuales de todas las corrientes del pensamiento. «Amar las cosas adversas por amor a la verdad» fue más que el lema de su escudo cardenalicio, una de las claves de su vida.

«He llegado al tiempo en el cual la edad y la enfermedad me envían una clara señal de que es hora de apartarse de las cosas de la Tierra para prepararme para la próxima llegada del Reino. Prometo mis oraciones para todas vuestras preguntas irresueltas. Pueda Jesús responder a los interrogantes más profundos en el corazón de cada uno de vosotros» escribió hace pocos meses cuando se despedía de sus lectores de Corriere della Sera dando fin a su columna donde respondía de temas de ética y religión.

Era la aceptación de la muerte, cuestión que tanto le había costado hasta que entendió un día que sin ella «…no nos entregaríamos totalmente a Dios. Quedarían salidas de emergencia».

El teólogo Martini fue reconocido y apreciado por muchas cosas. Por haber ganado el Premio Príncipe de Asturias – el Nobel español como les gusta decir a los corresponsales de prensa- en ciencias sociales en el año 2000 por sus extraordinarios aportes al ecumenismo y a la sociología de la religión.

De hecho, en la concesión del galardón, Martini fue nombrado como «el intelectual del cristianismo más importante de este siglo». Por haber escrito múltiples libros, uno de los más recordados, ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el final del milenio, el debate que sostuvo con el intelectual italiano Umberto Eco y al que se podría denominar, un intercambio de reflexiones sobre hombres libres. También por rector de la Universidad Gregoriana de Roma y Arzobispo de Milán. O por haber sido toda su vida «el cardenal que se atreve a pensar» como titulase Lola Galán en El País un reportaje sobre el pensador católico.

Martini es también contemporáneo nuestro porque asumió el reto que la filosofía actual, desde Foucault hasta Honneth, intenta realizar: pensar críticamente el poder incluso el eclesiástico hasta quedar en libertad. Siempre le preocupó por qué Dios dejó morir a su hijo en la Cruz. El desamparo es la condición a la vez de la duda y de la fe. «Verdad es que estoy atado a la cruz, pero la cruz no está atada a soporte alguno. Flota en el mar» escribió como último monólogo de un jesuita, Paul Claudel.

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