La Soledad de América Latina

Por Miguel Molina Díaz
Quito, Ecuador

En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, llamado «La Soledad de América Latina», Gabriel García Marqués intentaba explicar la realidad asombrosa de este continente desde su descubrimiento. Para describir el manejo del poder, en cierto momento alucinante de su discurso, García Marqués recordaba: “El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial”. Eso era, precisamente, el realismo mágico.

Treinta años después del discurso de Gabo, ya se habla de la posible desaparición del realismo mágico cómo método estético de nuestra literatura. Sin embargo, no deja de sorprendernos el manejo del poder en algunos de nuestros países. En ciertos casos, como el del Ecuador, ya no se podría hablar de realismo mágico propiamente dicho. No. Podríamos hablar de un realismo con magia pero negra. En las últimas semanas un singular hecho me hace pensar en la necesidad de escribir un cuento desesperado. Debían de ser entre las 7 y 8 de la mañana cuando una cadena de la Secretaria Nacional de Comunicación (SECOM), interrumpió la programación de un noticiero para realizar una aclaración sobre el desayuno del Presidente de la República.

Al término de la interrupción, la periodista (que en mi opinión particular, deja mucho que desear como periodista) expresó su indignación por la banalidad de la aclaración. En consecuencia, días después otra interrupción de ese mismo noticiero acusaría a la periodista de ser cómplice de quienes falsifican la verdad, sobre el desayuno del Presidente.

El uso de los recursos públicos para satisfacer los caprichos del poder no hace más que demostrar una serie de preocupantes patologías. En primer lugar, la necesidad del régimen de tener el monopolio de la verdad, incluso sobre los temas más irrisorios, cómo el desayuno del Jefe de Estado. Y todo esto no es más que la corroboración de la más aguda de sus enfermedades: la soledad del poder. Esa misma soledad que a todas luces les desespera, la anticipación de una realidad que día a día les acecha, el hecho de quedarse –después de todo- solos. Y es que solamente alguien que está enfermo de poder puede temer tanto a la soledad y a quedarse, finalmente, sin el monopolio de la verdad que han inventado.

Es ridículo –hay que repetirlo hasta el cansancio- que el autoritario Jefe de Estado, ebrio por el poder que ostenta, repita que los ministros no aceptarán entrevistas a los medios de comunicación privados para no colaborar con su enriquecimiento. ¿Y todo el dinero que les dan en propaganda oficial a esos medios? ¿Acaso creen que nuestra mayor aspiración en el día es ver las entrevistas a los Ministros? ¿No se ha dado cuenta el presidente de que sus colaboradores son impresentables? Gente que carece de respeto por sí mismo. Gente que sólo pretende comer –un poco más- del poder. ¡Basta de creer que somos tan ingenuos! En muchas decisiones del autoritario Jefe de Estado no hay más motivación que su capricho y su prepotencia. Esto no es sobre argumentos. ¡Claro que no!

Creo que es saludable cuestionar la labor de los periodistas. Exigirles más. Someterlos al escrutinio público.

Lo inadmisible es que desde la enfermedad de quienes ostentan el poder se pretenda satanizar la labor periodística. Precisamente por parte de un gobierno que deja mucho que desear en cuanto a su –supuesta- vocación democrática.

El Ministro Goebbels y su legado repugnante de métodos propagandísticos demostraron ser lo suficientemente peligrosos como para no seguir sus pasos. Los funcionarios de la SECOM, empezando por su lamentable secretario, deberían dedicarse a mirar películas sobre la Segunda Guerra Mundial algunas tardes. Tal vez así aprenderían a quitarse el miedo a la soledad. Pero por ahora, su miedo seguirá motivando sus decisiones, y un cambio en ese sentido parecería –tomando las palabras de Gabo: “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

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