La dictadura elegida

Por Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador

Realmente no conocía de la existencia de la magnífica novela de Thorton Wilder, “Los idus de marzo”, hasta que lo leí de García Márquez, hace ya unos treinta años, en una entrevista en que le preguntaban cuál era su novela favorita sobre dictadores. Recuerdo que respondió que la había leído en Caracas, durante sus tiempos de reportero, mientras cubría la caída del general Marco Pérez Jiménez, que había sido dictador de Venezuela durante el ominoso lapso de diez años, y que en la precipitación de su fuga, creo que a la República Dominicana, dejó olvidado en la pista del aeropuerto un maletín con más de un millón de dólares en efectivo.

Me parece que García Márquez dijo algo así como que fue en esos días, mientras reportaba sobre el fin de la dictadura de Pérez Jiménez al tiempo que leía frenéticamente la novela de Wilder sobre los últimos días de la vida de Julio César, cuando creyó entender lo que era la esencia del poder, que más tarde iba a describir en “El Otoño del Patriarca”. Lo he recordado el domingo pasado, mientras veía, vía streaming, los fuegos artificiales explotar en el cielo de Caracas, celebrando la reelección del coronel Hugo Chávez para un nuevo período presidencial, que lo mantendrá en el poder durante veinte años.

He recordado que Julio César era un dictador. Y que la dictadura fue una institución democrática creada por la república romana para afrontar momentos de crisis. El dictador era elegido por el Senado, esto es por los representantes de los ciudadanos, y a él se le entregaban todos los poderes, normalmente por un lapso de seis meses, pudiendo renovarse el período si fuera necesario. Pero cuando César llegó al poder en Roma, la institución se había degradado a tal punto que él logró hacerse elegir Dictador Perpetuo, gracias, en gran medida, a la bonanza producida por las guerras, que le permitía repartir trigo entre los más pobres como una especie de bono de la pobreza.

La fórmula es antigua. César pasó a supervisar el nombramiento de los magistrados, convirtió al Senado en un coro de aduladores, repartió los cargos públicos entre sus fieles y controló el Fisco como una caja personal con la que pagaba favores a sus más cercanos. Por supuesto, hizo cosas buenas: reformó los centros de enseñanza, construyó nuevas vías y embelleció Roma. Pero la dictadura, que había sido una institución democrática, y a la que llegó por el consenso de los ciudadanos, fue convirtiéndose en una autocracia en la que existía un Senado al que César reprendía cuando lo importunaba, y a los que dictaba las leyes que debían promulgar.

El César descrito por la deliciosa novela de Wilder es un personaje fascinante que declamaba a Sófocles, amaba a la reina del Nilo, admiraba profundamente al poeta Cayo Valerio Catulo, y no toleraba la más ligera crítica al punto que sus secretarios hasta enviaban a inspeccionar los baños públicos, en donde los opositores escribían clandestinamente consignas en su contra. Previendo su muerte, hizo que el Senado le otorgue la facultad de escoger a quien debía sucederle, nombrando para ello a su sobrino, quien terminó liquidando la república y creando el imperio. Y ahí terminan las coincidencias, porque no encuentro ningún parecido entre Nicolás Maduro y Octavio, el sucesor de César, que terminó haciéndose llamar Augusto. Aunque la Venezuela de estos días me recuerde tanto a los Idus de Marzo.

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5 Comments

  1. Una buena historia y podría decirse una buena novela para los amantes de la lectura, es fascinante los relatos que comprende un sin numero de hechos y eventos que por más fuerza que se le aplique al mismo, no se encuentra similitud. Cuando se sabe que el pueblo no entenderá lo que escriben o mejor dicho no creerá lo que escribe, juegan con los símbolos o con historias que transportan al lector y lo hacen comparar con el firme propósito de hacer creer algo que no es (la vieja táctica). La democracia es un sistema adaptado a las realidades del pueblo y para el pueblo, mientras el pueblo reciba obras y sienta bienestar entre ellos, los gobernantes mas allá de eternizarse en el poder son respaldados y aprobados por el mismo pueblo, por mas esfuerzos en alegorías y comparaciones no hay mejor medidor que señale una aceptación que el poder popular (fenómeno que se ve mucho en américa latina en los últimos tiempos) y que Venezuela es la pionera, comparar a Maduro con Octavio, es adelantarse a algo que aún no se sabe, típico de la prensa desestabilizadora.

  2. El otro día divagaba sobre la realidad política ecuatoriana, tiranizada
    y monopolizada por el conservadurismo mercantilista y el socialismo consumista;
    y más específicamente acerca del correísmo pipón ;
    y llegué a la conclusión, una vez más, de que uno de las principales
    responsables de esa aciaga realidad es el propio populacho, burgués o
    guacharnaco, da igual, al final comparten similares responsabilidades.

  3. “Matar, Mentir y Robar”, una frase que
    resume la condición humana del chovinista CHAVISTA dispuesto a recurrir a cualquier acto
    por ignominioso que sea, sobre la excusa de la Seguridad Nacional, o del
    mercachifle de ingresos dorados capaz de vender a su propia madre con tal de
    acumular un centavo más a sus pingües ganancias. “Matar, Mentir y Robar”,
    expresión contundente que refleja una verdad incuestionable; aunque de seguro
    los fieles seguidores de aquellos fatales enunciados preferirán usar el
    hipócrita eufemismo de: El Arte de la Guerra.

  4. ayer vi un reportage de historia en TV5 : Cuba la hora cero…realmente chavez y correa creo que usan cual panuelo, Pavaroti, el documental.

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