La vaca sagrada de la izquierda latinoamericana en aprietos legales

Editorial del diario ABC Color
Asunción, Paraguay

En el escandaloso caso conocido en el Brasil como “mensalão”, el Supremo Tribunal Federal confirmó el pasado lunes la existencia de un sistema de desvío de fondos públicos para la compra del voto de parlamentarios durante los primeros dos años de gobierno del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, quien gobernó el vecino país entre el 1 de enero de 2003 y el mismo día del año 2011.

De los 37 acusados por la extensa red de corrupción que afecta al oficialista Partido de los Trabajadores (PT), 22 ya han sido condenados, incluido el expresidente de la Cámara de Diputados, João Paulo Cunha, entre otros importantes referentes no solo de la colectividad política gobernante, sino del propio entorno del exmandatario. Cabe entonces la pregunta: ¿nunca supo nada Lula da Silva de lo que se cocinaba en sus propias narices? ¿No tiene algún grado de responsabilidad en los hechos investigados?

En el caso, que se sustanció durante los años 2003 y 2005 –relata un cable de la agencia francesa AFP–, se probó que 12 de los 13 acusados directos, vinculados a los cuatro partidos de la coalición de gobierno de Lula de aquel entonces, recibieron sobornos a cambio de su respaldo político a la gestión del entonces presidente. “Mensalão” casi le costó la reelección al Jefe de Estado brasileño, por lo cual, al estallar el escándalo, el mismo tuvo que hacer una declaración pública en la que se declaraba traicionado y pedía perdón en nombre del PT. Con esto logró salvarse de la debacle.

Es sabido que, en los retorcidos manejos del poder, suelen ser los gobernantes de turno quienes encomiendan a sus subalternos oscuras “tareas” para que obtengan de los legisladores el apoyo a sus proyectos a como dé lugar. Si no son los propios presidentes quienes se involucran directamente en este tipo de prácticas deshonestas, sus expresiones son inmediatamente “interpretadas” por sus lacayos de turno, quienes se encargan de hacer el trabajo sucio en nombre del jefe. Sea como fuere, siempre existen formas de encontrar el nexo entre la “sugerencia” –si no la orden– del que manda y su efectivización. Curiosamente, en el caso que nos ocupa nadie encontró una pista que condujese al señor Lula.

En una situación comparable –aunque con mucho menor suerte que la corrida por Lula– se encuentra el expresidente Fernando de la Rúa en la República Argentina. Este último soporta una durísima persecución penal en su contra por el presunto pago de coimas por cinco millones de pesos a senadores justicialistas en el año 2000, a fin de obtener la sanción de una ley de reforma laboral.

Pero a De la Rúa no le surgió ningún “defensor” político que lo salvara –o cuando menos intentara mitigar los graves efectos– de la investigación que actualmente está en curso. ¿Por qué?, se preguntará justificadamente el amable lector. Probablemente, entre otras cosas, porque el expresidente argentino no es un referente de la izquierda latinoamericana, carece de las dotes retóricas de Lula que tanta simpatía le han granjeado en ciertos sectores del pueblo brasileño y en los seguidores del denominado “socialismo bolivariano del siglo XXI”, ni tuvo en suerte tener un sucesor de su mismo signo político en la Presidencia del país.

Por lo demás, está claro que el mal avenido exmandatario argentino no goza del gran respaldo de un partido mayoritario de su país, dispuesto a sacrificarse a sí mismo y entregar al largo brazo de la justicia a sus líderes más emblemáticos con tal de que la reputación de su máximo dirigente histórico permanezca intacta y, además, con chances electorales de cara al futuro.

De lo contrario, prácticamente no existe explicación posible para justificar que todo el entorno de Lula caiga ante las severas acusaciones de corrupción que le imputa la justicia, sin que se hayan encontrado los elementos para determinar si este tuvo algún grado de vinculación en hechos tan escandalosos y resonantes como los que configuran el caso “mensalão”.

Como se puede observar, las instituciones de nuestra región no son aún tan sólidas como algunos todavía suponen y otros abiertamente proclaman. Basta ser poderoso, popular y, sobre todo, ser un exponente de lo que la izquierda latinoamericana considera su modelo de dominación política, para que automáticamente se convierta en una verdadera “vaca sagrada” a la que nadie, mucho menos la justicia, tiene el derecho de atreverse a tocar.

* Editorial del diario ABC Color publicado el 8 de octubre de 2012.

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