Mentiras y encuestas

Por Carlos Larreátegui
Quito, Ecuador

En términos formales y sintéticos, la democracia tiene como fundamentos al sufragio universal y al funcionamiento de una estructura de poderes y contrapoderes. El género populista y su especie, el socialismo autoritario del siglo XXI, no conciben la democracia bajo la segunda condición y basan su poder en esa entelequia inaprensible, confusa y moldeable denominada “opinión pública”.

Las encuestadoras se han convertido en los oráculos del poder y en fuente de legitimación a través de sus cifras, que los medios recogen y amplifican con ingenuidad y candor. Es más, en el Ecuador, las encuestas presentadas a través de un “par de empresas” que se dicen “independientes” pero que forman parte del aparato de propaganda del Régimen, son las que mayor cobertura reciben sin que la prensa verifique, en lo más mínimo, la validez de sus datos. Sin quererlo, muchos medios de comunicación se han convertido en tontos útiles al servicio de un esquema que socava la democracia y destruye las instituciones.

Cualquier persona medianamente enterada sabe que las encuestas son maleables y altamente manipulables. Las palabras utilizadas para cifrar una pregunta o el orden en que se estructura un cuestionario pueden condicionar fuertemente las reacciones del público. Un estudio realizado en EE.UU. demuestra que ciertos términos influyen poderosamente en los resultados. Al preguntar sobre el aborto, su opinión favorable registraba 15 puntos adicionales cuando la pregunta ligaba el aborto a la protección de la vida de la madre.

Las denominadas preguntas cerradas, es decir aquellas que dan opciones precisas para responder, generan, muchas veces, la falsa impresión de que los ciudadanos tienen altos niveles de comprensión y claridad en asuntos demasiado complejos. Existe una opinión “del público” en el Ecuador, es decir, ¿autónoma, no condicionada a influencias propagandísticas y medible? Difícil saberlo. Los gigantescos aparatos de propaganda orquestados por el Gobierno y la incipiente cultura política de los ciudadanos impiden la formación de una opinión claramente independiente. Si a esto sumamos la fácil manipulación de las encuestas y su profusa difusión en los medios sin beneficio de inventario, fabricar una opinión pública a favor de algo o de alguien resulta demasiado sencillo para un aparato de campaña con recursos y poder.

Si los contrapoderes han quedado destruidos en el país, procuremos, al menos, que la opinión pública sea medida con el menor sesgo posible. Las encuestas jugarán un papel central en las próximas elecciones y muchos candidatos tratarán de utilizarlas para influir en la opinión de los votantes. Sería importante, entonces, que los medios de comunicación independientes filtren adecuadamente mediciones y encuestas y las difundan con responsabilidad.

* Carlos Larreátegui es rector de la  Universidad de las Américas. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario El Comercio, el 17 de octubre de 2012.

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