Una sola vuelta, ¿gana la mayoría?

Por Esteban Noboa Carrión
Guayaquil, Ecuador

Poco a poco nos adentramos en una nueva contienda electoral. Comienzan las campañas sucias, los desprestigios personales, las tergiversaciones de los hechos, las falacias históricas, la demagogia, los amarres políticos, las renuncias a la ideología…; en fin, un sinnúmero de artimañas que se irán multiplicando conforme vayan pasando los días y estemos cada vez más cerca de cumplir con nuestra obligación al sufragio so pena de pagar una fuerte multa por inasistencia –absurdo ¿no?-.

Pero lejos de todo este ajetreo, cabe hacer una reflexión acerca de cómo están configuradas las elecciones presidenciales, y en concreto, cuándo un candidato puede ganar en primera vuelta, cuándo habría una segunda vuelta y qué tan saludable es el régimen actual para la democracia.

En este tema, la Constitución de Montecristi acoge íntegramente lo que disponía la Constitución de 1998, por tanto, el régimen electoral en este punto no es una novedad revolucionaria. Ambas Cartas Magnas indican que: “El Presidente y Vicepresidente serán elegidos por mayoría absoluta de votos válidos emitidos. Si en la primera votación ningún binomio hubiera logrado mayoría absoluta, se realizará una segunda vuelta electoral (…), y en ella participarán los dos binomios más votados en la primera vuelta. No será necesaria la segunda votación si el binomio que consiguió el primer lugar obtiene al menos el 40% de los votos válidos y una diferencia mayor de 10 puntos porcentuales sobre la votación lograda por el binomio ubicado en el segundo lugar.”

Ahora bien, en aras de facilitar la comprensión al lector “no abogado” debo hacer algunas matizaciones conceptuales. Mayoría absoluta se refiere siempre a “la mitad más uno”. En este caso, el ejecutivo es elegido en una sola vuelta electoral cuando obtiene la mitad más uno de los votos válidos emitidos. Esta previsión contiene un error conceptual de fondo, ya que permite ser Presidente a alguien sin que necesariamente tenga el respaldo de la mayoría del padrón electoral. Es decir que, pudiendo existir la posibilidad de que haya un ausentismo del 30%, un candidato se convertiría en presidente en primera vuelta obteniendo el 35%+1 del total del padrón pero el 50%+1 de los votos de las personas que sí acudieron a sufragar. A mi juicio, este primer error debilita la democracia representativa, pues inviste como ganador a alguien que en términos reales no es aprobado por la mayoría de la población. Lo más democrático sería que en primera vuelta sólo pueda ganar quien obtiene mayoría absoluta del padrón electoral.

En segundo lugar, disponer que un candidato gana también en primera vuelta en caso de obtener más del 40% de los votos emitidos y superar al contendor que le sigue por más de 10 puntos es una sublime barbaridad. Esta segunda oración nos lleva aún más lejos de tener una democracia representativa, pues agudiza las falencias ya discutidas en el apartado anterior. ¿Resultado? Uno es Presidente obteniendo el 40+1% de los votos emitidos aunque el que sigue tenga el 30%.

Resulta complejo explicar las razones por las que los constituyentes a lo largo de la historia se han decantado por diferentes “modelos de democracia” en cuanto a elecciones presidenciales. Estados Unidos tiene un retrógrado sistema de votos por colegios electorales en el que es posible –aunque suene insólito- ser presidente teniendo menos votos individuales que tu contendor, con tal de obtener más votos electorales (véase Bush vs Gore). España tiene un sistema de elecciones generales sólo parlamentarias, siendo el legislativo quien elige al Presidente del Gobierno, no los electores.

Lo que sí es cierto, es que los últimos constituyentes ecuatorianos estuvieron muy lejos de encontrar un sistema en el que efectivamente sea la mayoría de la población la que elija al ejecutivo. Y esta decisión sólo se puede explicar bajo la siguiente reflexión: en 1998 se introdujo esta modalidad porque claramente favorecía a los intereses de la vieja partidocracia asegurando el número suficiente –no mayoritario- de votos “por el partido”, para así ubicar a su Presidente. Los constituyentes de Montecristi, aunque se jactan de ser fervientes detractores de las prácticas de la partidocracia, se dieron cuenta de los beneficios que esta medida trae para los partidos grandes -ahora ellos-, y por tanto, en este ámbito, lo único que los diferenció fue su camiseta verde. ¿Lo que queda? Que en el Ecuador se puede ser Presidente sin el apoyo real de la mayoría del pueblo. Democracia patuleca esta.

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