Barranca abajo

Editorial del diario ABC Color
Asunción, Paraguay

Nos asombraba la pasividad con la que el exigente pueblo argentino venía sobrellevando el sistemático atropello a sus libertades personales y a sus derechos por parte del kirchnerismo, primero por el finado presidente Néstor Kirchner y ahora por parte de su viuda, Cristina Fernández. Con esta última, las medidas restrictivas se fueron radicalizando progresivamente, al mismo tiempo que se iban fortaleciendo sus embestidas políticas tendientes a consolidarse y perpetuarse en el poder.

Vista desde afuera, la situación en Argentina seguía rigurosamente el plan que desde hace tiempo hemos dado en bautizar “operación salame”, por la cual un dictador en ciernes va poco a poco, rebanada a rebanada, cercenando las libertades públicas de su pueblo, por una parte, y aumentando el asistencialismo comprador de voluntades por la otra.

Restricción de libertades y repartija de dinero gratis, principios básicos del manual de los autócratas modernos. Antes eran las bayonetas; ahora son los votos comprados con la plata del Estado los que se instrumentan para obtener un idéntico fin: el control absoluto del poder.

Algunas veces, pueblos no preparados –como el caso de Venezuela– sucumben definitivamente, tiran la toalla y permiten que el dictador en ciernes obtenga la tercera columna sobre la cual hoy los dictadores de cuño “democrático” cierran el círculo de su maniobra: la reelección vitalicia.

Los argentinos y las argentinas hasta el presente han tolerado la restricción a sus libertades y el despilfarro de los fondos públicos, pero ahora se niegan terminantemente a aceptar la reelección indefinida de Cristina Fernández de Kirchner, segunda monarca de una dinastía matrimonial que ya lleva casi diez años gobernando el vecino país.

El 8N, como se dio en llamar la histórica movilización del pueblo argentino el pasado jueves contra la arrogante prepotencia de su presidenta, convocó nada menos que a 700.000 personas en la emblemática avenida 9 de Julio. Otras 50.000 se manifestaron en Córdoba, miles más en otras tantas ciudades del interior, y un número considerable en distintos puntos del mundo en los que existe presencia de migrantes argentinos. También aquí se reunió un nutrido grupo de personas para alzar su voz de protesta.

En vez de asumir la masiva movilización con humildad y reconocimiento hacia el clamor popular –actitudes propias de gobernantes verdaderamente demócratas–, el oficialismo kirchnerista respondió con su proverbial altanería, expresando un insólito desdén por la protesta ciudadana. El senador hiperkirchnerista Aníbal Fernández, por ejemplo, acusó a la “oligarquía” de “financiar” la movilización. Por lo visto, la protesta les mueve el piso, de allí la necesidad de intentar descalificarla, a ella y a sus adherentes.

A tenor de lo visto en los canales de televisión, lo leído en los diarios y escuchado en las radios, los argentinos quieren un nuevo paradigma político. Dijeron bien alto que NO a una nueva postulación de Cristina Kirchner a la Presidencia. Desde luego, la reelección vitalicia es, tras la restricción de las libertades y la compra de conciencias, el tercer paso imprescindible para los nuevos déspotas civiles en la consolidación de un sistema totalitario de carácter mesiánico.

Sabido es que la autocracia se fundamenta en la exaltación política de una sola persona de carácter providencial; por lo tanto, cuando esa figura desaparece por cualquier razón, surge una feroz lucha entre los segundos en la línea de poder para convertirse a su vez en los sucesores del mandamás. Esta pelea, generalmente, termina por resquebrajar el cascarón con el que estos regímenes se envuelven a sí mismos para poder subsistir… y se van barranca abajo.

Si se muere Raúl Castro, por ejemplo, el castrismo comienza irremediablemente su camino al sepulcro.

Si el cáncer termina con los días de Hugo Chávez, el mejunje bolivariano del siglo XXI se va a la tumba con él. Si Evo Morales, por alguna razón, pierde el gobierno, el Estado Plurinacional que inventó para su país se irá a la calle con él, y retornará la República de Bolivia, independiente, soberana, dueña de su destino, cualquiera sea él, sin asesores políticos o militares extranjeros que vayan a pretender enseñarle al pueblo boliviano cómo defenderse militarmente o elegir un presidente en forma democrática.

Del mismo modo, si a la señora Kirchner no la reeligen o le sucediera lo que a su esposo, el kirchnerismo no pasará de ser un triste recuerdo en la República Argentina. De allí que alberguemos sentimientos de acompañamiento hacia el pueblo argentino en la compleja encrucijada que hoy le toca protagonizar. Las recientes movilizaciones dan cuenta de que ha comenzado a transitar el camino de la recuperación de sus instituciones; que inició, con valentía y firmeza, la lucha por rescatar a su país de la debacle social, política y económica en que el kirchnerismo prepotente y totalitario lo ha venido sumiendo desde hace una larga década.

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