Los Intelectuales, los Abalorios.

Por Xavier Vizcaíno
Quito, Ecuador

A mediados de octubre de este año, el diario Hoy de la ciudad de Quito publicó la entrevista de Thalía Flores al filosofo y literato Iván Carvajal. El tema central de la entrevista es el rol de los intelectuales y pensadores durante las crisis éticas que son inherentes a formas autoritarias de ejercicio del poder público. Carvajal critica a los intelectuales adherentes al poder político que han optado por el silencio y la complaciente tolerancia hacia la corrupción y prepotencia.

La idea de la “honestidad intelectual” y de la ética de los intelectuales frente a los momentos políticos me ha dado vueltas en la cabeza a partir de dicha entrevista. Lecturas y memoria mediante, pensé en escribir un breve artículo sobre el tema.

Recordé las lecturas de filosofía, en especial sobre aquellos pensadores que más se ocuparon de la moralidad y la ética como eje conductual de los individuos. Kant propone como filtro ético el “Imperativo Categórico”, que en términos sencillos significa que si una acción es inaceptable para uno, es inaceptable para todos. Es decir, que si un acto es cuestionable a un gobierno de derechas, lo es también a uno de izquierdas (real o imaginaria). No es ético, diría Kant, que alguno dijera que aquel acto es ilegítimo cuando lo hizo otro, pero es virtuoso ahora que lo cometo yo. Si la memoria no me es esquiva, alguna perla de esta especie brotó de la boca del ministro multipropósito, aquel célebre por registrar sus propias reuniones mediante cámaras de video.

Consideré que podía escribir un artículo con la idea de la ética Kantiana, (pidiendo disculpas al señor Nietzsche) y ya puesto a la labor y con un boceto elaborado, me encontré sin buscarlo con unos párrafos estupendos en medio de la novela que estoy leyendo ahora mismo. Se trata de El Juego de los Abalorios (1943), última novela del también alemán Herman Hesse, Premio Nobel de Literatura de 1946.

Esta novela, a cuya estupenda trama no me referiré, nació en 1931, cuando Hesse observaba con gran preocupación el ascenso al poder del NSDAP en Alemania y el rápido hundimiento de la nación en el vórtice del absolutismo. Las preocupaciones intelectuales, morales y profundamente espirituales de Hesse lo llevaron a escribir varios artículos en defensa de autores judíos, escritores, periodistas y otros perseguidos por el régimen. Pocos de estos artículos llegaron a ver la luz, debido al riesgo enorme que significa publicar opiniones disidentes en épocas de verdades absolutas.

Volviendo a la novela, Joseph Knecht, el protagonista de la historia, escribe una carta a sus superiores en la que les presenta sus preocupaciones en especial sobre el rol de los intelectuales en épocas de regímenes corruptos y absolutistas. Sin emitir más comentarios, me limitaré a transcribir a continuación algunos párrafos que subrayé durante la lectura.

“Fue desdicha de esa época que a un aumento rápido de la población que provocó la inquietud y el movimiento, no se opuso un orden moral relativamente firme; los residuos existentes de ese orden moral fueron empujados al último plano por los lemas del momento.”

“He leído muchos de sus documentos y al hacerlo me interesé menos por los pueblos sometidos y las ciudades destrozadas que por la conducta de los intelectuales de esos días. Les fue difícil la vida y muchos no resistieron. Hubo mártires entre sabios y religiosos; pero la mayoría de los representantes del espíritu no soportaron la presión de esa época violenta.”

“Algunos se rindieron y se pusieron a disposición de los poderosos con sus dotes, conocimientos y métodos; todos ustedes conocen la sentencia de un profesor universitario en la República de los Masagetas: ‘Lo que son dos y dos, no debe establecerlo la Facultad, sino nuestro señor General’.”

“Ante todo se simplificó y se alteró por completo la historia universal, en lo que se refería exclusivamente a cada una de las naciones por momentos triunfantes; la filosofía de la historia y el folletín dominaron hasta en las escuelas primarias… “

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