Moralidades

Por Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

Siempre me han llamado la atención los procesos electorales, sobre todo los presidenciales, por la súbita aparición de protopersonas con una estatura moral muy superior a la media. Los candidatos y las candidatas aparecen como panaceas valóricas, mostrándose como fieles representaciones de la moral y las buenas costumbres de un origen determinado. Por lo general, vienen antecedidos por cartas credenciales que los certifican, ya sea desde una fe, desde una militancia, desde la esfera ideológica, desde una reivindicación o una combinación de fuentes, como santos varones y mujeres de esa trinchera.

Nos dan lecciones, determinan cuál es el curso que debe tomar el país desde esa construcción moral y llegan a la conclusión de que sin ellos a la testera de Carondelet no podemos arribar a la representación edénica que pintan.

Lo curioso es que la política es el campo de la elasticidad moral. Y que en el Ecuador los políticos hacen, por la fuerza de los hechos, gala de una flexibilidad que sobrecoge. Muchos discursos están cargados de una soberbia moral (yo soy el guardián de la verdad, tengo una ética superior, nadie me puede rebatir) que habla de esa lectura personal que tienen las protopersonas y de los juicios durísimos desde el que nos miran y miran al conjunto de la sociedad.

Esto no quita que existan personas con unas condiciones humanas más desarrolladas que legítimamente quieran participar en la política y que busquen ganar una representación.

Lo que planteo es que dichas condiciones humanas se traducen en un recato o un prurito que impide el voceo al viento de las condiciones que tienen.

Creo que un estado más avanzado de humanidad, cuando es sincero, se traduce en una intención real por entender al otro y establecer una comunicación, pensando en encontrar soluciones. También implica mucha humildad, en tanto el entorno social adolece de la habilidad para ver el problema en perspectiva, muchas veces carece de diálogo y sobreadunda en visceralidad. La persona que honestamente tiene una construcción valórica y moral potente, actúa en el silencio de sus convicciones, poniendo al bien común como un nivel superior y como objetivo.

Finalmente, busca empatizar con el resto de la sociedad, lo que le impide autopresentarse como ente superior o respuesta única. Todas las elecciones presentan mini elecciones en donde la ideología, las características personales de los candidatos y sus condiciones morales son juzgadas por los electores. Pero la misma lógica con la que se construye el poder atenta contra una autopresentación «humilde» de los candidatos, desprovista de aspavientos. Los representados queremos que nuestros representantes tengan unas condiciones morales superiores. Pero estas, cuando se expresan en su real naturaleza, lo hacen en el silencio de los actos y en los puentes que se construyen. No desde los juicios morales y la superioridad a la que nos tienen acostumbrados las seudo protopersonas.

Más relacionadas