El gran mito del control

Por Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

En el Ecuador confiamos demasiado en el control, sobre todo en temas económicos donde sería más eficiente reducir los controles y aumentar la competencia.

El ejemplo más evidente son los controles de precios. Ante la pregunta hipotética de ¿qué debería hacerse si el precio de las papas sube?, la gran mayoría de ecuatorianos respondería “controlar los precios”. El problema es que esos controles producen escasez y al final las cosas se vuelven más caras en lugar de más baratas.

Para solucionar el problema del alto precio de las papas, sería mejor pensar en que “aumentar la producción de papas” o “aumentar la competencia en el mercado de papas” o ambas cosas. Hasta se podría pensar en “importar papas” o quizás en “reducir las trabas para importar papas”. En otras palabras, las soluciones no estarían en más control sino en más producción y en menos controles (“reducir trabas para importar”).

El problema de que exista ese consenso sobre las supuestas bondades de los controles es que esas son las políticas que se terminan implementando en el país. Por ejemplo, a pesar de lo mucho que podrían beneficiarse los consumidores si en algún momento de carestía se abre la frontera para importar papas más baratas de Colombia o Perú, seguro habría muchas protestas.

En una hipotética época de altos precios de las papas, si se abriera la frontera a la libre importación de cualquier parte del mundo, los grandes ganadores serían los consumidores, pero la protesta sería insoportable. Seguro se diría que los productores locales no pueden soportar la competencia y que se van a quedar sin trabajo y que el Estado debería apoyar a los productores y darles créditos subsidiados etcétera, etcétera. Al final se restablecerían los controles, las papas volverían a subir de precio, los productores estarían contentos y los consumidores saldrían perdiendo. Típicamente se resaltaría los problemas de la competencia y no sus inmensas ventajas.

Y así se tiende a controlar todo: las pensiones de los colegios, las tasas de interés que cobran los bancos, el precio del pan popular y muchas otras cosas más.

El problema es que en este mundo de controles, el único afortunado es aquel que controla al controlador. Hoy la pelea no es por ser más eficiente (produciendo papas, haciendo pan o dando préstamos) sino por influenciar al que pone las reglas. Y entonces los países dejan de funcionar, porque la energía no se usa para ser eficientes sino para ganarse el favor de quienes ponen las reglas.

Para qué va una empresa a invertir y ser más eficiente, si puede ganar mucho más obteniendo una restricción a la importación de productos que compitan con los suyos. Pero ese es el mundo en el que vivimos ahora. Mundo de controles y no eficiencia.

* Vicente Albornoz es decano de Economía en la Universidad de las Américas. Su texto ha sido publicado originalmente en El Comercio.

Más relacionadas

1 Comment

Los comentarios están cerrados.