La muerte y la muerte de Jacintha Saldanha

Por Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador

“Todos comprendemos muy bien al cocinero de César que se quitó la vida cuando se le incendió el fogón”, escribe García Márquez, citando al historiador romano Cornelio Nepote (que vivió años antes del nacimiento de Cristo), en un artículo sobre la magnífica novela de Thorton Wilder, “Los idus de marzo” que, según creo, he confesado ya varias veces en esta columna, es uno de los libros que más veces he releído.

En la novela, Nepote escribe en una carta que el incidente ocurrió una noche en la que el César tenía invitados a cenar, y un cocinero novato, nervioso por el acontecimiento, tuvo la poca fortuna de quemar lo que preparaba. Informado el mayordomo, se negó a comunicar lo ocurrido y obligó al culpable a que salga al salón y se lo dijera él mismo al dueño de la casa. Cuentan que el César no se inmutó cuando lo supo. Y por el contrario, de muy buen modo, pidió entonces que le llevaran unos dátiles y ensalada para sustituir la cena perdida.

Entonces, el cocinero, que no pudo tolerar la indignidad de haber fallado en el trabajo encomendado, salió al patio y se degolló con el cuchillo de las verduras.

Veintiún siglos después, la semana pasada, he leído la noticia del suicidio de una enfermera del británico hospital Rey Eduardo VII, en Londres, después que fuera engañada por la periodista de una radio australiana que se hizo pasar por la Reina Isabel llamando por teléfono a preguntar por la salud de su nuera, Kate, la bella mujer del príncipe Guillermo, internada por los achaques de su primer embarazo.

La ingenuidad de Jacintha Saldanha, la enfermera que contestó el teléfono y pasó la llamada, se difundió por todo el mundo, provocó la hilaridad de la civilización del espectáculo que celebró la broma en las redes sociales y, a la velocidad del twitter, convirtió en celebridades a los dos jóvenes periodistas australianos de la emisora 2Day FM.

Las risas duraron poco. La mañana del viernes, a las 09:25, la policía londinense ha encontrado el cuerpo de la malograda enfermera en un departamento en Weymouth Street, a unas calles del hospital donde trabajaba. Incapaz de soportar la humillación global, la enfermera Jacintha Saldanha se había suicidado, aunque al momento se desconocen los detalles de cómo ocurrió.

Lo más probable es que nunca se conozcan y que los periodistas no indaguen en los detalles después del manto de oprobio que ha recaído sobre una prensa, caracterizada por la liviandad, y una cierta ineptitud para asumir su propio poder y actuar con responsabilidad de acuerdo a nuestras propias normas. Los periodistas no podemos recurrir a engaños para obtener información y no nos está permitido, bajo ningún concepto, actuar sin ética en el ejercicio de nuestro trabajo, so pena de liquidar la credibilidad sobre la que descansan los cimientos de nuestra profesión.

Entretanto, la emisora 2Day FM ha sido castigada con el más ejemplar de las sanciones de los tiempos modernos: las principales empresas le han retirado la publicidad y si la medida se prolonga es probable que quiebre. Mientras la presión ciudadana ha obligado a los periodistas a cerrar sus cuentas de twitter, algo que en el siglo XXI constituye también una especie de suicidio virtual. Una decisión, es verdad, bastante más benigna que la que tomó el cocinero del César referido por Cornelio Nepote.

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