Actores en desespero. Cinco aproximaciones a sí mismos

Por  Aníbal Páez
Guayaquil, Ecuador

Con una búsqueda teatral que intenta tomar distancia de las premisas formales que imperan en la urbe, se estrenó en el Centro de Arte de Guayaquil “Actores en desespero”; trabajo que cuenta con la dirección general de Luisa Cuesta quien además comparte el escenario con Luciana Grassi, Ricardo Velasteguí, Alberto Rivera y Luis Aguilar.

La estructura de la obra, construida a partir de cuadros unipersonales que tienen independencia entre sí, encuentra engranaje temático en el común denominador de la urgencia que tiene para cada uno de sus personajes el grito desesperado que encierra su discurso. Y digo personajes con “pinzas”, ya que la obra es una suerte de exposición de situaciones que parecieran estar estrechamente relacionadas con la vida misma de sus protagonistas. En un plano de ficción que provee cierta distancia necesaria para asumir una propuesta artística, se alcanza a vislumbrar preocupaciones profundas que pertenecen a los intérpretes mismos en tanto seres humanos desprovistos de las máscaras de la representación. Y es entonces la representación misma puesta en duda como modelo sine qua non del teatro, porque los actores, al citarse de alguna manera a ellos mismos, con esa carga autorreferencial que percibo, indagan en la presentación y no solamente en la representación como principio estructurador de un lenguaje escénico. Es decir, estiran sus propias vidas a un grado de ficción lo suficientemente ambiguo para dejarnos con la sospecha de que es la humanidad de ellos mismos y no la de sus “personajes” la que se expone en  escena.

Rescato un trabajo depurado en la utilización de los recursos lumínicos y sonoros, así como en el manejo corporal de cada uno de los actores que refrescan los sentidos de un espectador resignado a la prevalencia de una escena local logocéntrica que sigue erigiendo a la palabra dicha como el mayor signo teatral. Sin embargo, pareciera a ratos que los efectos, producidos con el manejo armónico e inteligente de los diversos recursos tecnológicos que posee la obra, le ganan la partida al tejido dramático que tambalea, en algunos pasajes, por la innecesaria literalidad del gesto o la excesiva lírica del discurso.

Actores en desespero, presentada como parte de una trilogía, nos convoca a una suerte de soliloquios donde cada personaje/actor hace su catarsis respectiva. Desde el hombre que mata o cree matar a una mujer, pasando por el onírico y desgarrador cuadro del adicto, y el casi conmovedor monólogo de la española que pierde esposo e hija y se suicida; hasta el payaso que nos invita a destruir periódicos; nos habla de un trabajo que cree en la fragmentación de sus partes como principio estructurador del montaje.

La sola ruptura de linealidad aristotélica, así como la incorporación en la escena guayaquileña del cuerpo activo del actor, es un hecho que merece énfasis a pesar de la aún incipiente dramaturgia del trabajo. Habrá que indagar todavía en las transiciones para no abusar del apagón e intentar dar unicidad al corpus de una obra que por ahora, se presentó como el muestreo de cinco ejercicios actorales con común denominador temático, pero deudor de cohesión entre sus partes. La escena irá dando lo que falta.

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