El conflicto sirio amenaza a toda la región

Por Emilio Cárdenas
Buenos Aires, Argentina

La guerra civil siria y su ola de horror se arrastran desde hace ya casi dos años. Por ello la violencia sigue haciendo estragos en la sociedad siria toda. El sistema de seguridad colectiva de la comunidad internacional está mostrando ser impotente para intentar contenerla y, más aún, para poder resolverla. Fundamentalmente por la amenaza de veto, en el Consejo de Seguridad, de dos de sus Miembros Permanentes: Rusia y China, que respaldan al gobierno de Bashar al-Assad.

El costo acumulado del conflicto es realmente enorme: más de 42.000 muertos; un número similar de hombres y mujeres desaparecidos; unos 300.000 heridos; más de dos millones de personas que han adquirido forzosamente el carácter de desplazados internos; y medio millón de almas que -escapando a la violencia y abandonando todo- se han refugiado en el Líbano, Irak, Turquía y Jordania. Terrible, por cierto.

En Siria, en materia de control territorial, todo es fluido. Los alrededores de Alepo parecerían estar en manos de los rebeldes. Parte de esa ciudad está sin agua, sin luz, sin medicamentos y sin comunicaciones telefónicas, ni electrónicas, con el resto del mundo. En situación cada vez más angustiosa de total aislamiento. Algo similar sucede en Homs y ha comenzado a ocurrir en la propia Damasco, en la que simplemente tratar de llegar al aeropuerto es una aventura con riesgo cierto de vida. El caos sirio luce total. La inseguridad, también. Ante el avance sostenido de los rebeldes, armados por Qatar y Francia, en torno a Assad hay quienes aparentemente consideran la posibilidad devastadora de recurrir al arsenal de armas químicas que mantiene el gobierno sirio, con las consecuencias de locura que ello pudiera significar.

Moscú acaba de admitir, por primera vez, que el régimen autoritario de Bashar al-Assad podría de pronto ser derrotado por la insurgencia. Por esto es que aparece, quizás, una oportunidad agónica para abrir el diálogo, que es el instrumento fundamental de la diplomacia. Nunca es tarde para ello, más aún cuando es la paz lo que está en juego y cuando el conflicto amenaza cada vez más con extenderse a los países vecinos.

Lo que sucede en Siria es claramente faccioso; esto es, tiene las características de un duro enfrentamiento entre dos grupos de musulmanes. De los «sunnis» contra los «shiitias», esencialmente. Para hacer las cosas bastante más complejas, la presencia de Al-Qaeda y otros grupos «jihadistas» entre los insurgentes sirios está creciendo y, como contra-cara, la de Irán y el Hezbollah, en apoyo del régimen autoritario de Assad, también.

Ante esta realidad, parece urgente que -desde las Naciones Unidas- se intente coordinar un nuevo intento de paz. Con la participación indispensable de Estados Unidos, Rusia, China, Turquía e Irán. Y con el apoyo cercano de Arabia Saudita, Qatar, Irak, y Egipto. Al que debería sumarse, además, el de la Unión Europea.

El tiempo para ello es ciertamente muy escaso y no hay demasiado margen para la demora. Hay claramente tres prioridades inmediatas: lograr el cese del fuego; abrir el flujo de la indispensable ayuda humanitaria; y lanzar el comienzo de las negociaciones. De un lado debieran obviamente sentarse los representantes del régimen de Bashar al-Assad y del otro, los de la oposición, ahora bastante más organizada, que acaba de ser reconocida por los Estados Unidos y la Unión Europea.

Hay quienes aconsejan sumar también a los líderes religiosos a la mesa de negociaciones. Es cierto, algunos de ellos ayudarían, sin duda. Pero otros podrían empujar, en cambio, en dirección a la irracionalidad y al sectarismo fundamentalista, lo que debiera tratar de evitarse. Particularmente por las aristas propias del enfrentamiento.

El ejemplo de lo que está sucediendo entre Turquía e Irak es, cabe advertir, una buena muestra del riesgo creciente de infección regional. El año próximo Irak será el destino principal de las exportaciones turcas, reemplazando a Alemania. E Irán será el segundo. Todo un cambio estructural en el comercio exterior turco. Pero las tensiones derivadas de lo que sucede en Siria, donde esos países están en veredas opuestas, han pulverizado el clima de confianza creciente que se había edificado -fundamentalmente desde el sector privado- entre las mencionadas dos naciones. El gobierno de Bagdad ya no autoriza más a las sociedades turcas a operar en Irak. Y ha cerrado a la empresa estatal turca de hidrocarburos la posibilidad de poder participar en la explotación de los ricos yacimientos de hidrocarburos emplazados en torno a Basra, que venía negociándose. Del promisorio andar común recientemente edificado se ha pasado ahora al recelo cerrado. Sin escalas intermedias.

Por todo esto, es hora de considerar hacer un nuevo esfuerzo para tratar de resolver la crisis siria, civilizada y pacíficamente. No hay demasiado espacio, es cierto. Pero la oportunidad parecería haberse abierto y no debería desperdiciarse. Es mucho lo que hay en riesgo. Cada vez más.

* El texto de Emilio Cárdenas ha sido publicado originalmente en el diario La Nación, de Argentina.

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