La mediocracia

Mauricio Maldonado Muñoz
Quito, Ecuador

“Ningún clamor de pueblo se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad. Los Estados tórnanse mediocracias”.

De “El hombre mediocre”; Giuseppe Ingegnieri

De pronto, como en ‘Un pequeño paraíso’ de Julio Cortázar, la felicidad del país se produce simplemente por imaginación, más que por un contacto directo con la realidad. Como en el cuento, la felicidad es causada por unos pescaditos de oro, que en verdad son nada más que dorados. ‘No todo lo que brilla es oro’.

La mediocracia es la extensión social de la mediocridad, la tolerancia y aceptación de lo burdo como forma esencial de convivencia en sociedad. En la mediocracia lo más importante son los dogmas, no se respetan y no se aceptan los disensos o las denuncias. La “verdad” está conformada por una imposición. No hay lugar para la ciencia y la conciencia que construyen la verdad y la sinceridad.

La mediocracia es lugar propicio para la venta de conciencias, para convertir lo desagradable en aceptable, para revelar la naturaleza de quienes antes hubiesen sido los intelectuales, los críticos que veían atrocidades en otros gobiernos y que hoy defienden idénticas prácticas porque son parte del gobierno. La incoherencia es arma esencial de la mediocracia.

Pero no sólo eso, sino que la mediocracia se refleja en oposición a los méritos (la tan falsamente vendida meritocracia). Recientemente nos hemos enterado, gracias a la prensa, que Pedro Delgado falsificó un título de economista con el que ejerció, además, la presidencia del Banco Central. Asimismo, hace pocos días, salió a la luz que el candidato a la vicepresidencia de la República, Jorge Glas, habría copiado gran parte de su tesis del portal ‘El Rincón del Vago’ y de una tesina realizada anteriormente por otra persona.

No me imagino una imagen más decidora de la mediocracia. Justificar esto sería fundirse en la propia mediocridad, sería exponerla sin el más leve escrúpulo, sin vergüenza. Pero como enseña Ingegnieri en su obra: “Los gobernantes no crean tal estado de cosas y de espíritus: lo representan”. En realidad son las sociedades, ante tales circunstancias, las que relegan a lo importante para dar paso a lo superfluo. La mediocracia es parte, así, de la vida cotidiana.

Por eso no es extraño que cada quien quiera buscar un poco de agua para su molino y que los culpables deban buscarse entre todos; en cada uno que mira desde adentro, siendo más culpable, o desde afuera, siendo un indiferente. Como decía Granda en su poema: “Pues, sí señor no se lave las manos, no se dé de inocente, no se quiera pasar de palomita blanca. También, señora Ud…”.

Esa complicidad de todos, esa misma hizo posible, por ejemplo, que Pachakutik impidiera la candidatura de Auki Tituaña o que Madera de Guerrero, Sociedad Patriótica, entre otros, apoyaran en la Asamblea Nacional el proyecto de ley para financiar el aumento del bono de desarrollo por vía de impuesto a la banca. El puro resultadismo, la desidia ante lo importante. Las encuestas antes que lo que dictan las conciencias -si acaso importan aún las conciencias-.

Lo propio es aplicable a una oposición que en realidad no son sino opositores dispersos, sin propuestas puntuales y sin la visión de unidad que han demostrado aunque sea tardíamente las experiencias de otros países, Venezuela por ejemplo. Está claro que ante determinadas circunstancias las conveniencias políticas deben ceder ante las conveniencias de la democracia y de la institucionalidad. Sin embargo, esto poco ha importado. Un anunciado intento de unidad quedó en nada. A la final, tan típico como es en nuestra política, pudieron más los intereses particulares, dividiendo las opciones, facilitando la estrategia oficial.

Todas estas prácticas, las de antes y las de hoy, las de los políticos que recibían un petróleo de ocho o catorce dólares, los que celebraban su primer millón, y los que reciben un petróleo de cien y ganan juicios de cuarenta millones y entregan préstamos de ochocientos mil sin garantías. Los de las tesis plagiadas, de antes y ahora. Los de Flores y Miel, mochila escolar, Vialmesa o Duzac. Todos son el reflejo de una sociedad que convive hace tiempo en la constante desconstrucción y promesa de refundación. A veces con más recursos, otras veces con menos.

La nuestra es la historia del país que se repite. De la justicia tomada, de los poderes burlados. ¿Quiere hallar culpables? No es necesario ver tan arriba, a los gobernantes, vea a los que se adelantan en la fila del banco, piense en el taxista que altera su taxímetro, en toda la viveza criolla a la nuestro Adoum le dedicó todo un capítulo de su libro ‘Ecuador: señas particulares’. Los culpables somos todos, por acción u omisión, por complicidad o indiferencia. Somos nosotros, imperiosamente nosotros, los que debemos cambiar.

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9 Comments

  1. Que certifiquen el título academico de ese sr. que anda pidiendo que los profesores sean PhD.

    Qué sorpresa nos llevaremos ?

    • obvio !

      aquí tenemos tantas riquezas… por eso es que CADA DIA NACE UN NUEVO MILLONARIO en las filas de la robolución ciudadana

  2. Me quedo con el último párrafo de este genial artículo editorial. Totalmente convencido que el problema somos nosotros, quienes construimos un sistema opresor que nos quita la responsabilidad de tomar decisiones y que pone en un tercero la capacidad de normarnos para que «el vecino no haga lo que le da la gana». Cada tanto hacemos una elección para que alguien nos de resolviendo la vida, aplicando la ley del mínimo esfuerzo, y mejor aún teniendo a quien echarle la culpa de las desgracias que se pudiesen presentar.
    Por otro lado, no estoy de acuerdo en una unidad con el único objetivo de oponerse por oponerse. Vale recordar que las aspiraciones de cada ciudadano son distintas y es necesario que existan tantas alternativas para poder tomar una mejor decisión. Las elecciones (que es el punto que se analiza en este aspecto) no solo son para ganarlas, sino para, entre otras cosas, posicionar mensajes en la población para obtener un resultado a futuro.
    Finalmente, no se si oportunamente o venga al caso con el segundo párrafo, pero me fastidia excesivamente la sobrevaloración que le han dado por la coyuntura a la famosa titulación en A o B área o especialidad, generando un cerco entre los iluminados, aquellos que han concluido con éxito (tener un título) y quienes no lo han logrado (porque no han podido, porque no lo han querido o por diferentes factores). La meritocracia (término que no comparto) no debiese hacerse al peso de una carpeta, sino mediante otros sistemas de evaluación mucho mejores que una simple balanza.
    Aprovecho para desear un excelente año a los lectores de este espacio de opinión y al escritor de este interesante tema.

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