Esperanza

María Fernanda Egas
Miami, Estados Unidos

La encontré en la sala de espera, había un retraso para abordar su vuelo a Cuba, en donde retomaría su curso de especialización médica que siguen en la isla caribeña cerca de 2.000 ecuatorianos,. No mostraba alegría, menos entusiasmo por el retorno a su inmersión en el conocimiento. “No veo la hora de que esto termine”, me dijo. Naturalmente, la conversación continuó.

No proviene de la capital ecuatoriana, ni del Puerto Principal. Así mismo, no tuvo la suerte de ser designada para “al menos” estudiar en La Habana. Su motivo principal para haber formado parte de esta generación de estudiantes ecuatorianos en Cuba auspiciados por la Revolución Bolivariana sigue siendo el monetario: “la misma carrera me cuesta tres veces más en Ecuador”.

Le pregunté cómo viven allá. Pero me reveló que apenas sobreviven: al comienzo vivían 14 estudiantes por habitación y les daban pollo como parte de la comida. Poco a poco, las raciones fueron disminuyendo hasta que el pollo desapareció. El menú se restringió a arroz con frijoles y calamares tan fétidos “que no se los comen ni los buitres, porque van a parar a la basura y allí se quedan”.

Cuenta que es casi imposible estar informado inclusive de la vida familiar del Ecuador. Por cada computador hay una larga fila de espera, no se pueden abrir archivos con vídeos y las fotos tienen que ser transmitidas en tamaño reducidísimo. De la telefonía celular mejor ni hablar: los paquetes mensuales con mensajes de textos limitados pueden costar hasta $200, y el acceso al twitter es complicadísimo.  En ese instante recordé el largo camino que recorre la tuitera Yoani Sánchez para enviar cada uno de sus mensajes al mundo.

Lo que más le ha impresionado de esta experiencia no es estar viviendo una cultura de la pobreza que hace normal tener dos ex cónyuges conviviendo con sus nuevas parejas bajo el mismo techo; o que los bailes sean tan liberales que dejarían como curuchupas a los colegiales cuyo vídeo de una fiesta privada fue condenado por la entrometida sociedad guayaquileña. No le extrañan los soplones en las instituciones, plazas públicas ni en las calles: “Hasta los mendigos son escuchas”, ni que el mismo esquema ya esté en marcha en Ecuador. No es nada de esto. Fue la propia declaración del presidente ecuatoriano en una de sus visitas a los estudiantes en la isla, en la que aseguró que cuando ellos regresen al Ecuador tendrían su puesto de trabajo asegurado, pues despediría a los actuales trabajadores de la salud. “No me gustaría que eso pasara conmigo”, me dijo Esperanza.

Por el momento debe terminar su paso por la isla castrista con ayuda financiera de sus padres porque no soporta más el hacinamiento ni el hambre. Qué dicen los demás estudiantes ecuatorianos? Su respuesta me hace pensar que este adoctrinamiento idealizado por los caudillos latinoamericanos difícilmente rendirá frutos rojos. Ni verdes.

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