Obama y sus circunstancias

Patricio Troya
Quito, Ecuador

Este domingo, 20 de enero, Barak Obama juró su segundo periodo presidencial. Lo hace en el contexto de una guerra declarada con los republicanos, que le disputan con fiereza los aspectos más progresistas de su propuesta de gobierno, necesarios para construir alternativas a un Estados Unidos en crisis socio económica, pero que no abandona su propuesta de liderazgo militar unipolar, ni sus devaneos de sociedad abundante.

Sin embargo, la propuesta del actual presidente tampoco rebasa o soluciona a largo plazo el origen de la crisis: la importancia exorbitante del capital financiero, de Wall Street, esos magos expertos en pagarse generosos bonos y desatar armagedones mundiales, con sus lobistas y su publicidad, se mantiene en la primera línea de la política económica. Se discute sobre la presión fiscal respecto de las élites económicas, el gasto público en materia social y la política migratoria, no necesariamente sobre un modelo económico que ha desbaratado la industria nacional en beneficio de los papeles del mercado bursátil: las opciones de futuros especulan financieramente con bienes y servicios esenciales, convirtiendo al presente en un escenario de escasez y recesión. De eso, del loco gasto militar y la estructura económica construida para conceder fueros inexpugnables a las élites, nada se dice… De las falencias de su democracia tampoco: parece claro que la infinidad de visiones de un país tan sorprendente y diverso, no se reducen ni de lejos al burro demócrata o al elefante republicano, como cada elección en ese país nos hace creer.

Y ante la crisis, se desnudan las demandas por fuera de los canales políticos tradicionales, que se ven rebasados. Ocuppy Wall Street fue la respuesta ante la impunidad frente a centenares de delitos financieros aún sin investigar; la expresión política de este movimiento interesante muy difícilmente se consolidará en un país cuyas élites se han vacunado en contra de una sociedad multipartidista.

Mejor suerte ha tenido el Tea Party, movimiento de ultra derecha que aglutina a una clase media blanca sin respuestas – ni herramientas para buscarlas; su propuesta de un país sin tolerancia para la migración, con un gobierno mínimo y hogares convertidos en búnkeres armados, refleja la paradoja de una sociedad donde la “información” supuestamente fluye por doquier, pero su formación y contenidos son particularmente definidos por actores importantes de un cuarto poder que declara frontalmente su afinidad política.

En estos días, la Asociación Nacional del Rifle, NRA, otra organización civil bendecida con el apoyo de las élites más conservadoras, se ha enfrascado en una lucha cuerpo a cuerpo para evitar que Obama regule la venta de armas de fuego. El derecho a comprar un rifle de asalto en la tienda de la esquina, con mayor facilidad que recargar minutos en un teléfono móvil, es reivindicado por esta asociación y el Tea Party: los chicos Emo, el bullying, la ausencia de destacamentos militares a la entrada de cada colegio, o el peligro migratorio son para ellos las causas de que cada cierto tiempo, algún ciudadano irrumpa en un colegio, centro comercial o restaurante, armado al estilo Rambo y vacíe cargadores adquiridos en promoción. Las medidas que al respecto propone el reelegido presidente ni siquiera son radicales, pero se ven atacadas por una sociedad política entrampada en el origen de su linaje.

En este escenario, la capacidad de acción presidencial es evidentemente limitada, y no solo debido a los adversarios del Gobierno. El premio Nobel concedido años atrás no luce hoy apropiado, sobre todo por las evidencias nada alentadoras que, en política internacional, han dado y dan Obama y sus circunstancias.

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