Un gran desfachatado

Editorial del diario ABC Color
Asunción, Paraguay

Muchas y crueles, en algunos casos, han sido las humillaciones que el Paraguay debió soportar desde que se produjo la legal destitución de Fernando Lugo de la Presidencia de la República por notorio “mal desempeño” de sus funciones. No obstante, la más osada e intolerable de todas es la infringida a la dignidad de la Nación por el tirano de la dictadura más antigua del continente, Raúl Castro, quien en un extremo de desfachatez se permitió el tupé de referirse al Paraguay y de dictar cátedra de democracia.

En efecto, al pronunciar un discurso en Santiago de Chile a comienzos de la presente semana, luego de recibir la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el autócrata justificó la exclusión de nuestro país de la Unasur y nuestra ausencia de la reciente cumbre del foro que ahora él encabeza, efectuada el pasado fin de semana, por el “golpe parlamentario”, como él calificó al juicio político constitucional que desplazó del poder a su compinche bolivariano Fernando Lugo.

“En una región que ha sufrido décadas de dictaduras tan sangrientas, impuestas y sostenidas por Estados Unidos, no puede permitirse impunidad a los sectores violentos y golpistas”, sostuvo el decrépito déspota con toda desfachatez.

Él, justamente él, hablando de golpes y dictaduras sangrientas. Él, que heredó el poder supremo de su país de su hermano Fidel como si se tratase de un régimen monárquico, sin que nadie lo haya votado jamás; empotrado en la cúspide del gobierno por la fuerza de las armas, por el miedo y una feroz, sistemática y permanente represión con la que aterroriza a sus conciudadanos.

Cómo no se le habrá caído la cara de vergüenza al evocar términos tales como “dictaduras sangrientas”, “violencia” y “golpismo”. Precisamente a él, que gobierna por el terror una nación en la que no existe ninguno de los “elementos esenciales de la democracia representativa” prescritos en el artículo 3° de la Carta Democrática Interamericana.

Porque en Cuba no existen: “respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; régimen plural de partidos y organizaciones políticas, y separación e independencia de los poderes públicos”, ni nada que se le parezca siquiera remotamente a lo estipulado en la mencionada Carta.

Resulta inaceptable que el tirano de un país que tiene casi un centenar de personas arrestadas por motivos políticos, que en 2012 produjo hasta más de 6.000 detenciones por cuestiones de esa índole, con unos dos millones de asilados en Estados Unidos, España y muchos otros países a lo largo y ancho del mundo, pontifique sobre lo que han hecho “dictaduras sangrientas”. Las manos de Raúl Castro están tan manchadas de sangre como lo estuvieron y lo están las de otras plagas políticas de su especie, ubicadas a la extrema derecha del espectro político.

Pero si el descaro del decrépito tirano es ilimitado, la hipocresía de su auditorio es realmente desconcertante. Porque no se entiende cómo gente preparada, gobernantes realmente democráticos, como el propio Sebastián Piñera, anfitrión de la cumbre, no haya hecho uso de la palabra para contener los despropósitos conceptuales y las arremetidas verborrágicas del dictador cubano.

Desde luego, no era de esperar que los integrantes de la secta bolivariana, como el gorila Hugo Chávez y su séquito compuesto por Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega o Cristina Fernández de Kirchner, pusieran los puntos sobre las íes. Pero la gente sensata sí debería haber tenido otro tipo de actitud. Tampoco dijeron esta boca es mía ninguno de los representantes de las democracias europeas.

La defección de los buenos es tanto o más triste y decepcionante que las bellaquerías de los cínicos. De allí que sea muy difícil de entender el motivo que llevó al presidente Piñera a consentir en la exclusión del Paraguay de la cumbre de la Celac y la Unión Europea, al mismo tiempo de aceptar no solo que la tiranía cubana estuviera presente en el cónclave, sino que, al final del mismo, el autócrata Castro se permitiera el atrevimiento de despacharse contra el legítimo gobierno de nuestra República.

Afrentas como esta son las que la próxima administración política del Estado, que surja de los comicios del 21 de abril, debe tener muy presentes a la hora de redefinir el modelo de inserción internacional que pretenda promover.

Ninguno de los ultrajes de los que los paraguayos hemos sido inmerecidamente objeto de forma sistemática desde el pasado 22 de junio deberá dejar de ser considerado y debidamente reparado.

Desde luego, se tendrán que imponer la sensatez y la prudencia, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, ellas deberán implicar jamás ninguna especie de claudicación en la defensa irrestricta de la dignidad nacional, hoy tan miserablemente mancillada.