Reflexión

Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

Votar debería ser reflexionar. Algo así como la puesta en práctica del «pienso luego existo» en clave democrática. Sócrates, por ejemplo, siguiendo su metódica inquisición, se preguntaría por los (anti)valores que encarnan cada uno de los candidatos, por nuestra adscripción a ese crisol valórico, por lo que cada opción trae aparejada en términos de gente que trabajaría por ella y del compromiso con el proyecto tanto del oferente como del votante. Y así, continuaría cuestionándose sobre lo que se ve y no se ve de cada candidatura, y de lo que observamos (o no) en nuestro interior.

La del domingo 17 es una votación sin precedentes. Esta es la primera vez que podemos reelegir a un presidente (si creemos que lo que vino después de la última Constitución no fue una reelección) desde la vuelta a la democracia. La reelección genera incentivos en el gobierno de turno para estar en campaña permanente y hacer todo tipo de concesiones, desde las pequeñas (que no se pague el peaje en el feriado de Carnaval en ninguna carretera) hasta las grandes (subir el bono de pobreza). Ha habido muchas iniciativas y obras en la dirección correcta, pero poca –y a veces ninguna- fiscalización y autorregulación. Lo primero es, en principio, bueno pero lo segundo permite evaluar el costo-beneficio para el país. Lo primero ha sido muy bien publicitado, lo segundo ha sido cubierto con el manto del control de todo el tinglado institucional o con el acecho a cualquier tipo de disidencia o contradictor. La evaluación de lo primero no puede ser químicamente pura. Lo segundo se vuelve urgentemente necesario y con una reelección y victoria del partido de Gobierno en la Asamblea será imposible.

Existen dos opciones que vuelven a terciar en las presidenciales, con un acumulado de comportamientos privados y públicos, y con votaciones de sus partidos (casi literalmente sus títeres políticos) en la Asamblea, que nos enrostran la imagen de lo que conocemos como partidocracia en su versión más descarnada y vergonzosa. Dios está nominalmente presente en una opción que propone una teocracia que nos regresaría a la etapa PRE-republicana. La candidatura de la derecha quiere mostrarse más moderna y humanista pero guarda en su ADN las tablas de la Ley del consenso de Washington, mientras la opción más a la izquierda, que apoyó y aupó ciegamente a RC, pretende radicalizar aún más su proyecto, aunque paradojalmente presenta credenciales democráticas.

La centroizquierda y la centroderecha tienen las opciones más jóvenes, ecológicas y con menos probabilidades de acceder a una segunda vuelta, en una apuesta que muchos leerán como una declaración de principios o como un deseo a futuro.

Ninguna elección es banal. No hace falta un burro para recordárnoslo. Pero el voto ha perdido su valor porque las razones para votar tienen mucho de piel, de hígado, de interés pecuniario, pero poco de templanza, recogimiento y de reflexión. Necesitamos más Sócrates, menos show.

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