La doctrina económica de la Iglesia

Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

Aprovechando que no se puede hablar de asuntos electorales y que la renuncia de Benedicto XVI ha puesto a la religión entre los temas más debatidos, parece interesante analizar lo que dice la Iglesia Católica sobre el manejo de la economía.

Desde la Revolución Industrial, la jerarquía católica ha mostrado una mayor preocupación por el «tema social» y ha desarrollado la «Doctrina Social de la Iglesia» que está plasmada en múltiples encíclicas y en el «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia». Lo económico es parte de esta doctrina.

La palabra «social», para decepción de nuestra dogmática izquierda, no tiene nada que ver con «socialismo » y más bien sirve para separar la doctrina «de catecismo» (los pecados y esas cosas) de la visión de la Iglesia sobre cómo debe ser «la sociedad».

La actual doctrina social arranca en 1891 con la encíclica «Rerum Novarum» del Papa León XIII. En ella, la Iglesia defiende dos principios que son una constante en su visión de la economía: la libertad económica (como una faceta de la libertad humana) y la propiedad privada (en tanto cumpla una función social y aporte al bien común).

Todo esto en un marco de solidaridad donde, por ejemplo, los impuestos pagados por los que más tienen permitan proteger a los que menos tienen y garantizarles oportunidades similares al resto de la sociedad. Se defiende el derecho a la propiedad privada de toda persona pero se exige que la riqueza no sólo beneficie a su dueño, sino a toda la sociedad. Este es un asunto complejo y puede prestarse a malas interpretaciones. El tema del «destino universal de los bienes» no significa que haya que repartir todo entre todos, sino que aquellos que tienen riquezas las deben usar productivamente. Y la manera de garantizar su uso productivo es a través de un mercado en el que compitan los productores (los que tienen la riqueza).

Por eso la visión económica de la Iglesia apoya explícitamente al libre mercado, por ser ese el mecanismo que permite garantizar que los productores compitan y logren mayores niveles de eficiencia. Juan Pablo II dijo en una encíclica que «el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades».

Y para que el libre mercado funcione es necesario respetar a la propiedad privada, al igual que es importante crear las condiciones para que las empresas compitan en igualdad de condiciones. Esto implica establecer normas, pero también evitar que esas normas limiten la competencia.

Y no, al defender el libre mercado, la Iglesia no se está convirtiendo en neoliberal sino que está defendiendo el mejor mecanismo para que las sociedades sean productivas y aumenten la riqueza, todo esto en un ambiente de libertad. Libertad, algo, en teoría, intrínseco al ser humano.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en LaRepública.

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