El Papa inspirado

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Nada como el testimonio de aquel cuyo escepticismo ha sido desvanecido por una inspiración sobrenatural. Peter Seewald, un periodista alemán que en su juventud abandonó la fe y suscribió el marxismo, fundando un semanario de izquierda radical, entrevistó a Joseph Ratzinger en varias ocasiones, cuando cardenal y también cuando Papa. La primera de tales entrevistas, en 1996, no solamente terminó en un libro titulado «Sal de la Tierra», sino también en la conversión de Seewald al catolicismo, quien describe en estos términos la presencia de Benedicto XVI: «…se hace visible de forma especial un resplandor de la Luz del mundo, del rostro de Jesucristo, que quiere salir al encuentro de cada ser humano…»

No hay comparación posible entre Benedicto XVI y Juan Pablo II, porque no se puede entender a uno de estos Papas sin el otro. Joseph Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el ministerio de Juan Pablo II, fue su sostén teológico, además de su amigo; y cuando sucesor de este, logró frutos extraordinarios que probablemente no se habrían alcanzado sin las semillas de su predecesor; dos Papas cuyo ejercicio combinado coincide con el tiempo terrenal de Jesucristo.

Con Benedicto XVI, África y Asia han visto una multiplicación sin precedentes de fieles, echando raíces al otro extremo del mundo un credo tradicionalmente anclado en Occidente -donde el relativismo moral es capitalizado por los protestantes-; por primera vez las autoridades del Islam afirmaron que Roma había construido puentes para el diálogo entre las religiones, y los líderes de la vertiente ortodoxa reconocieron la necesidad de volver los ojos al papa como el primado de la Iglesia, aunque haciendo notar los matices dogmáticos que todavía quedan por salvar.

Quedó en evidencia la convocatoria de Benedicto XVI en la cumbre espiritual de 2011, en la que incluyó a una filósofa agnóstica junto a budistas, ortodoxos, judíos, musulmanes, líderes de iglesias africanas, entre otras, reeditando, con más amplitud si cabe, un encuentro similar que organizó en 1986 Juan Pablo II bajo la dirección teológica de Ratzinger, y afianzando el liderazgo religioso del Vaticano a nivel global.

Y esta capacidad renovada y actual de penetración de la doctrina católica en confines tan distantes geográfica, cultural y religiosamente no los consigue Benedicto XVI haciendo concesiones, sino al contrario volviendo sobre lo esencial, profundizándolo, incluyendo con coraje en el diálogo de lo trascendente también a laicos, seglares, agnósticos, antagonistas. Por ello, paradójicamente, se acusan más las diferencias con ciertas facciones del protestantismo, verdaderos emporios económicos y mediáticos, más flexibles a las modas espirituales y a cuya autonomía tan bien le sientan los escándalos y el descrédito de la autoridad religiosa de Roma, que en esta ocasión ha hecho lo posible por sacar a la luz y purgar sus tumores.

Todas estas obras rubrica Benedicto XVI con una ejemplar y casi inédita manifestación de humildad y valor: la renuncia, acto sabio que terminará echando luz sobre las sombras que hoy celebran su partida.

* El texto de Bernardo Tobar ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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