Herencia sin beneficio de inventario

Fernando Londoño Hoyos
Bogotá, Colombia

El Señor Dios, infinitamente compasivo y misericordioso, tenga piedad de nuestro hermano Hugo Chávez Frías. Que sus penas del último tiempo, sobrellevadas con Fe y con Amor, resulten suficientes para la expiación de sus culpas. Es la oración que sale de nuestro corazón de cristianos.

Pero nuestra tarea como periodistas es otra. Mirar el futuro que espera a Venezuela, tantas veces amada, que recibe el pesado fardo de una herencia de tan difícil liquidación.

Detrás del paso del Comandante por el escenario histórico no quedan más que vientos y desolación. Sin que pueda remitirse a duda que muchos recibieron un pan que les fue esquivo siempre, el balance de los bienes relictos es en extremo complicado.

Para empezar por lo que acaso sea más simple de mirar, Venezuela queda postrada en una crisis económica pavorosa y absurda. Su industria petrolera ha perdido una producción diaria de un millón de barriles, todos los que hoy extrae Colombia. El endeudamiento de la Nación es gigantesco, como que supera los doscientos mil millones de dólares, y el de PDVSA, ayer una de las petroleras más sólidas del mundo, alcanza cifras inverosímiles. La China no es un acreedor suave. Y la deuda con ese gigante compromete parte sustancial de la exportación del país.

El problema cambiario es francamente inmanejable. Con dólares oficiales a 6,50 bolívares, en la calle se cotizan a 25. Y ese descuadre aparece en una nación que arrasó su producción de alimentos, necesitando adquirir afuera más del 70 por ciento de los que consume. La inflación es de las más altas del mundo y el déficit fiscal enorme. No hay un indicador que tranquilice.

¿Qué se hizo la colosal fortuna de los venezolanos? Se fue toda en despilfarros, agresiones contra el aparato productivo, corruptelas a las que no alcanzan las cifras, ni la imaginación, regalos ostentosos y vulgares a todos los regímenes afines, improvidencia e ineptitud administrativa. Admitamos que Venezuela nunca fue un país exquisitamente manejado. Pero esta fenomenal bonanza petrolera, la que le tocó a Chávez desde su comienzo, se fue toda en locas aventuras, en lamentable demagogia. A Venezuela no le quedaron carreteras, ni puertos, ni centrales de generación térmica, ni industrias, ni tecnología, ni desarrollo agrario. Nada. Y en Política no hay herencias con beneficio de inventario.

La cuestión económica, quién lo creyera, es la más fácil de reparar. Porque la política es endemoniada. Chávez quiso fundar un socialismo, anacrónico y torpe, y no le alcanzaron ni el tiempo ni las energías. Pero sí enseñó a odiar. Es una prédica sencilla para la que sobran alumnos aventajados. Mas otra cosa es que deje un partido único, disciplinado y eficaz.

Lo que deja es una colcha a retazos, que cobija a los que se acomodaron a la sombra de Chávez, pero que sin él no tiene porvenir. Los días demostrarán que hay más divisiones por dentro que por fuera del chavismo. Los egoísmos y los intereses inconfesables pueden servir de sumandos contingentes. Nunca alcanzan la dignidad de una maquinaria política.

La cuestión administrativa es pavorosa. Durante el chavismo a Venezuela no la administró nadie. Pero el caos con dinero es una cosa. Otra bien distinta es el caos en medio de la pobreza, de los desequilibrios, de los endeudamientos colosales. Por primera vez el chavismo, en la medida en que el chavismo exista, tendrá que aplicarse a gobernar necesidades, a postergar aspiraciones, a ordenar la casa.

Con inocultable desgano, Maduro llamó a la oposición a intentar caminos de unión. Es lo único sensato que le hemos escuchado. Sin una especie de Frente Nacional de Salvación, a Venezuela no le vemos futuro. Por ahora…

 * Fernando Londoño Hoyos es periodista colombiano. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario El Tiempo, de Colombia.

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