Vida, pasión y momificación

Alberto Molina

Alberto Molina
Quito, Ecuador

El 4 de febrero de 1992, el entonces desconocido teniente coronel Hugo Chávez lidera el golpe militar contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, pero al final tiene que aceptar «por ahora» el fracaso de la asonada, dejando a su paso un reguero de sangre. Este oficial es encarcelado junto a sus compañeros de aventura.

Tras permanecer dos años en prisión, Chávez sale de la cárcel gracias a una amnistía del presidente Rafael Caldera; una vez libre, funda el Movimiento Quinta República (MVR), se lanza al tinglado político y gana las elecciones presidenciales en 1999 e inicia su imparable carrera política.

El vértigo es una de sus características, su discurso desafiante, irreverente y agresivo es una de sus principales armas y lo que es más, el fabuloso torrente de petrodólares que ingresan a las arcas del Estado, no tiene parangón en la historia venezolana; con todo esto va construyendo un liderazgo inédito a lo largo y ancho de Venezuela, traspasa las fronteras y se convierte en una figura visible a nivel internacional  gracias a su generoso petro-socialismo.

Maneja hábilmente la figura del Libertador Bolívar a quien trata torpemente de emular; se alía a Fidel Castro y se apropia de su política antiimperialista y gracias a un generoso mecenazgo, salva a Cuba de una segura catástrofe económica-social.

Chávez involucra en el manejo político-administrativo del Estado a las FF.AA., las politiza y hace de ellas “su” fuerza; “Patria, Socialismo o Muerte” es su consigna; contrariando la Constitución (esto no es novedad en Venezuela y en otros países aliados), el exMinistro de Defensa, General Rangel, dijo: “Que las FF.AA. venezolanas están casadas con el proyecto político del presidente Chávez” y para el colmo del servilismo, el nuevo ministro Almirante Molero, delante de Chávez, en su posesión, le dijo: “Rodilla en tierra ante usted señor presidente”. ¡Qué vergüenza!

García Márquez nos relata que conoció a  Chávez, recién electo presidente en 1999, en un viaje entre la Habana y Caracas, que “conversó a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

Muerto Chávez, hay interés de darle un manejo obsceno a su figura para manejarla políticamente; se anuncia su momificación, seguramente para que siga “gobernando” desde el más allá. Sobre esto, García Márquez escribió el artículo “El destino de los embalsamados”, en el diario El País, en 1982. Decía el escritor colombiano que era difícil encontrarle una justificación doctrinaria a esa costumbre creciente de los regímenes comunistas de «confundir el culto de los héroes con el culto de sus momias».

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