Detrás de la campaña para enlodar al Papa

Mary Anastasia O’Grady
Nueva York, Estados Unidos

Los argentinos celebraron la semana pasada cuando uno de los suyos fue elegido como el nuevo Papa. Pero también sufrieron una especie de pérdida. El cardenal Jorge Mario Bergoglio, un defensor incansable de los pobres y un crítico abierto de la corrupción, ya no estará cerca para luchar contra las fechorías del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Los argentinos que no son partidarios del régimen esperan que la llegada de Francisco al escenario internacional al menos atraiga atención al problema. El cielo sabe que la situación se está poniendo grave.

Uno habría previsto que los medios oficiales reaccionarían llenos de orgullo al saber que un compatriota concita tal grado de estimación en todo el mundo. En lugar de ello, los perros de pelea del gobierno de Kirchner en el periodismo —hombres como Horacio Verbitsky, un ex miembro del grupo guerrillero conocido como Montoneros y actual editor del periódico pro gobierno Página 12— inmediatamente comenzaron una campaña para difamar el carácter y la reputación del nuevo pontífice tanto en su patria como en la prensa internacional.

La calumnia no es nueva. Ex miembros de grupos terroristas como Verbitsky y sus actuales compañeros de ruta en el gobierno argentino han empleado las mismas tácticas durante años para intentar destruir a sus enemigos, es decir cualquiera que no comparta su versión de autoritarismo. En este caso, acusan al superior provincial de los Jesuitas en Argentina a finales de los 70, el entonces padre Bergoglio, de tener vínculos con el gobierno militar.

Esto es propaganda. Kirchner y sus amigos aún no viven en el equivalente a un Estado totalitario, donde no hay prensa libre para contradecir sus mentiras. Pero ese día podría llegar pronto. El gobierno ahora está presionando a los comerciantes, bajo amenaza de represalias, para que no compren publicidad en los diarios. Los únicos periódicos que no van camino de la ruina financiera debido a esta intimidación son los controlados por el gobierno y financiados a través de publicidad oficial, como Página 12 de Verbitsky. Los argentinos lo llaman «el boletín oficial», ya que imprime sin falta la pauta del gobierno.

Observadores intelectualmente honestos con conocimiento de primera mano de lo que ocurrió en Argentina durante el régimen militar, entre 1976 y 1983, cuentan una versión muy distinta de la de Verbitsky y gente de su calaña. Uno de esos observadores es Adolfo Pérez Esquivel, ganador del Premio Nobel de la Paz en 1980. La semana pasada le dijo a BBC Mundo que «hubo obispos que fueron cómplices de la dictadura, pero Bergoglio no». En cuanto a la acusación de que el actual papa no hizo lo suficiente para liberar a los prisioneros de la junta, Pérez Esquivel afirmó: «Yo sé personalmente que muchos obispos pedían a la junta militar la liberación de prisioneros y sacerdotes y no se les concedía».

La ex jueza Alicia Oliveira, que fue despedida por el gobierno militar y obligada a ocultarse para no ser arrestada, declaró la semana pasada al diario argentino Perfil que durante aquellos días oscuros conoció bien al padre Bergoglio y que «ayudó a mucha gente a salir del país». Agregó que en una ocasión había un joven que intentaba escaparse y que se le parecía bastante. «Le dio su cédula y su clergyman para que pueda escapar», en alusión a su atuendo de sacerdote.

Oliveira también le dijo a Perfil que cuando ella estaba ocultándose en la casa de la actual ministra de Seguridad, Nilda Garré, las dos salían a comer con Bergoglio. Como indicó Oliveira, Garré por tanto «sabe todo lo que hizo».

Graciela Fernández Meijide, una activista de derechos humanos y ex miembro de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, señaló a la prensa argentina la semana pasada que «de todos los testimonios que recibí jamás recibí testimonios de que Bergoglio haya estado relacionado con la dictadura».

Nada de esto importa a quienes intentan convertir a Argentina en la próxima Venezuela. Lo que los amarga es que el padre Bergoglio crea que el marxismo (y la relacionada «teología de la liberación») son doctrinas opuestas al cristianismo y se negara a apoyarlas en los años 70. Eso lo transformó en un obstáculo para aquellos jesuitas que, en ese momento, creían en la revolución. También lo puso en el camino de los Montoneros, que estaban mutilando, secuestrando y matando a civiles para aterrorizar a la población. Muchos de esos criminales siguen allí y se aferran a sus sueños revolucionarios.

Para ellos, el nuevo Papa no ha dejado de ser un sacerdote entrometido. En los barrios marginales en donde la presidenta populista asegura ser la gran defensora de los pobres, Francisco es auténticamente querido porque vive el evangelio.

Desde el pulpito, con los Kirchner en los bancos de la iglesia, criticó famosamente de políticos ensimismados. No mencionó nombres, pero Néstor Kirchner, el difunto presidente y esposo de Cristina, respondió nombrándolo «jefe de la oposición».

Como observó Fernández Meijide la semana pasada, «Tengo la impresión de que lo que le molestaba a la actual presidente (Cristina de Kirchner) es que Bergoglio no se disciplinaba, que denunciaba que seguía existiendo pobreza». Ese no es el relato aprobado por el régimen.

* Mary Anastasia O’Grady es periodista estadounidense. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario The Wall Street Journal.

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