Clase media: ¿clase boba?

Carlos Larreátegui
Quito, Ecuador

El Banco Mundial, el PNUD y otros organismos internacionales están difundiendo sus estudios e investigaciones sobre el crecimiento de la clase media en América Latina durante la última década. Los diferentes gobiernos de la región, de izquierdas, derechas o cortes autoritarios, se han apresurado a reivindicar este hecho como resultado de sus políticas y acciones específicas. Una mirada más aguda desvela, sin embargo, que el crecimiento de la clase media es común a casi todos los países de nuestro continente y que responde más bien a una coyuntura global que favorece a la región, en parte, por los altos precios de las materias primas que produce.

Esa mirada sugiere, también, que la clase media ha despuntado mejor en aquellos países cuyos modelos respetan las libertades económicas y políticas y mantienen a la sociedad civil como locomotora del crecimiento. Hablo de naciones como México, Brasil, Colombia o Chile.

La categorización de la sociedad en estratos es uno de los temas más debatidos y complejos de las ciencias sociales. Existen dimensiones económicas, políticas y culturales que hacen muy difícil un corte limpio de clases. Por ello, la variable más utilizada en las pesquisas y estudios se extrae de los niveles de ingresos económicos. El Banco Mundial, por ejemplo, cifra los ingresos de la familia de clase media entre USD 14 600 y USD 73 000 anuales. A esto se agregan factores secundarios como el nivel educativo, el empleo formal y un cierto nivel de ahorro que otorgue cierta seguridad económica en épocas de turbulencia.

Históricamente, el fortalecimiento de la clase media ha representado un signo inequívoco de progreso y bienestar de las sociedades. En teoría, una clase media robusta impulsa una demanda estable de bienes y servicios, contribuye a la prestación de servicios públicos a través de sus impuestos, enriquece el capital humano y apoya el fortalecimiento de la democracia y sus instituciones a través de opciones políticas moderadas.

Esto resultó muy cierto en el Ecuador durante el primer boom petrolero administrado por la dictadura militar. La clase media creció de forma importante y se convirtió en un factor determinante para el retorno a la democracia. En contraste, la clase media resultante del actual boom petrolero no encarna dichos valores y se muestra distante de los temas ciudadanos. Entregada a un desenfreno consumista que privilegia el presente y la recompensa inmediata mientras soslaya el futuro, este grupo social ha renunciado a ser el baluarte de la democracia ecuatoriana y el defensor militante de las libertades.

Por decirlo de alguna forma, la clase media se ha transformado en una clase boba que entiende la autonomía del individuo a través del consumo orgiástico que alimentan los recursos petroleros. ¿Señal de progreso y bienestar? Lo dudo.

* El texto de Carlos Larreátegui ha sido publicado originalmente en El Comercio.

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