Arrecia la tormenta

Diario El Tiempo
Bogotá, Colombia

Cuando se esperaba que de las urnas venezolanas surgiera un mandato ciudadano contundente, que dejara a un líder con suficiente legitimidad y que en ella se apoyara para gobernar con éxito la Venezuela post-Hugo Chávez, ocurrió todo lo contrario.

La estrecha victoria de Nicolás Maduro, con 7’563.747 votos, poco más de un punto porcentual por encima del opositor Henrique Capriles, quien alcanzó 7’298.491, y la decisión de este último de no aceptar la derrota hasta que se realice un reconteo -a estas alturas ya muy poco factible- eleva a grado de huracán la larga tormenta política que vive el país vecino, con vientos cruzados que se extienden hasta la economía y tocan diversas esferas de la vida cotidiana.

Por eso, quienes anhelan un panorama más sereno y prometedor para el pueblo venezolano esperaban que quien saliera vencedor el domingo lo hiciera con un margen que diera tanto tranquilidad como gobernabilidad y que esta proviniera incluso de pactos con la oposición. Las condiciones a todas luces adversas que marcarán este sexenio es mejor sortearlas sobre una base mínima de unión en aspectos básicos. Pero, por lo visto ayer, todo apunta a que no será así.

Al contrario, la discordia, ya presente, se agudizó y llegó a su punto más alto cuando Maduro fue proclamado presidente por el Consejo Nacional Electoral, lo que, de paso, cerró la puerta a cualquier escenario de impugnación o validación externa de los resultados de unos comicios que contaron con acompañamiento del Centro Carter y de Unasur, mas no de la OEA, habitual observador de procesos electorales en el área.

Por lo pronto, es un hecho que Nicolás Maduro es el nuevo presidente de una Venezuela que, sin lugar a dudas, no es la misma que gobernó su antecesor y mentor, en particular en lo relativo al clima político.

Aquí vemos cómo el guarismo alcanzado por la unión de fuerzas que no comulgan con el socialismo del siglo XXI ha tenido un evidente efecto positivo en su seno, por ahora canalizado hacia las manifestaciones de rechazo a los resultados, pero que a largo plazo será una dosis de oxígeno con la que no contaban tras la derrota en las legislativas de diciembre. Por su parte, las toldas oficiales parecen no superar del todo el marasmo, fruto de la inesperada partida del inspirador de la Revolución Bolivariana.

Y es que Maduro vio cómo, paradójicamente, su triunfo le representó una sensible pérdida de capital político, que es justo lo que más necesita a estas alturas. El oficialismo perdió terreno -más de 600.000 votos en cuestión de 7 meses- en un momento crucial, en el que al nuevo líder le correspondía entrar pisando duro y esto en política solo se logra con victorias contundentes en las urnas.

Así, mientras gobierna, el nuevo mandatario tendrá que estar pendiente, además, de lo que pasa en su propio bando, porque lo apretado de su triunfo no le alcanza para dejar claro quién llevará la voz cantante en su partido, el PSUV.

En suma, la Revolución Bolivariana pasó raspando la primera prueba luego de la muerte de Hugo Chávez. Ahora deberá navegar contra una corriente adversa, movida, entre otros, por precios del petróleo a la baja, inflación desbordada y una inseguridad creciente. Llegar a buen puerto en esas condiciones habría sido más fácil con buen clima afuera, pero, sobre todo, en el puente de mando. Lo ocurrido el domingo descarta este escenario, lo que, por desgracia, no es una buena noticia para el pueblo venezolano.

* Editorial del diario El Tiempo, de Bogotá, Colombia, publicado el 16 de abril de 2013.

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