Nueva estrategia

Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

No resulta fácil entender la estrategia diplomática del actual Gobierno de Venezuela. En la última semana aproximadamente se indispuso, – una palabra más suave para referirse a lo que realmente sucedió, – con el Gobierno del Perú atacando a su canciller Rafael Roncagliolo de «injerencista» en la política interna del país, de «haber cometido el error de su vida» y llamando a consulta al embajador venezolano en Lima.

El Gobierno peruano, que tiene la Presidencia pro témpore de Unasur, había convocado a una reunión de este organismo en Lima, días después de pasadas las elecciones de ese país donde se reconoció el resultado de las elecciones en medio de la creciente denuncia de fraude por parte de la oposición venezolana. Para muchos analistas fue un gesto favorable a Maduro en una situación en la que se requería respaldo internacional que fue borrado en menos de un mes con el ataque a Roncagliolo.

Lo que el canciller peruano pidió fue tolerancia y diálogo ante la radicalización que vive Venezuela y que se suponía iba a ir decreciendo en la medida en que quedara atrás el clima conflictivo de las elecciones y se volviese a la normalidad para enfrentar los grandes problemas de ese país. Nada de eso ha sucedido y mucho tiene que ver el actual incremento de la radicalización con el discurso maniqueo del régimen.

En todo caso, el canciller peruano no habló por supuesto de la necesidad de un recuento de votos ni se refirió a los últimos acontecimientos que preocupan internacionalmente sobre ese país: las amenazas de meter preso al líder de la oposición Henrique Capriles y la golpiza a algunos diputados de oposición en pleno congreso.

Paralelamente, surgió la acusación al expresidente colombiano de tener un plan para asesinar al mandatario venezolano en acuerdo –no faltaba más—con la central de inteligencia de los EE UU. Desde la llegada del presidente Santos al poder, la relación colombo – venezolana que había pasado por tiempos de tensión y de conflicto comenzó a arreglarse positivamente. Colombia dejó de ser el adversario ideológico de Venezuela y se sentaron las bases de cooperación mutua entre los dos países. La acusación contra el ex presidente Uribe y los términos empleados solo terminaron consiguiendo la intervención del presidente colombiano a favor del expresidente, -una cuestión política que había sido objeto de reclamo fuerte por parte de la oposición ante la aparente tranquilidad de Santos, – y la molestia de dicho gobierno. Santos declaró que estos temas no se resuelven a gritos y que defendería diplomáticamente al expresidente.

¿Cuál es la razón de este «manejo» de las relaciones internaciones con países que no son adversarios ideológicamente y que más bien han apoyado con su actitud de observadores, -precisamente no injerencistas, – al régimen venezolano? Iguales y duros declaratorias se han hecho contra el ministro de asuntos exteriores español y el secretario general de la OEA que reconoció rápidamente el triunfo de Maduro. ¿Una nueva visión de las relaciones exteriores?

* El texto de Joaquín Hernández ha sido publicado originalmente por el diario HOY.

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