Memoria y barbarie

Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

Varias preguntas surgen después de la condena del exdictador guatemalteco José Efraín Ríos Montt prácticamente 30 años después de haber ejercido a sangre y fuego el Gobierno de la república de Guatemala. Los horrores que se cometieron contra la población civil, específicamente contra la etnia de los indios Ixiles en el Quiché, son estremecedores. Casi 2 000 muertos en poblaciones arrasadas completamente donde morían inmisericordemente mujeres, niños y ancianos. Torturas extremas ideadas y practicadas por el batallón del ejército de los kaibiles, capaces de poner en duda la existencia de algo así como la condición humana.

Con atroz cinismo, en los años de la guerra civil centroamericana, algún representante de la extrema derecha de un país cercano comentaba que debía aprenderse de los guatemaltecos la forma de reprimir a los insurgentes. Fantasía o no, la costumbre de dejar a los ejecutados casi sentados, después de una sesión de tortura, con la cabeza cortada entre las manos en las gradas de los cines, se atribuía a una invención venida del país que fue alguna vez capitanía general del reino.

Pero lo sucedido con Ríos Montt no dispensa de preguntas angustiosas. ¿De dónde provino esta convicción en la barbarie? No se trata de apelar a análisis jurídicos ni a investigaciones históricas. Peor a explicaciones ideológicas que están contaminadas de mala fe como hubiese dicho Sartre, porque pretenden encubrir precisamente lo que hay que explicar y confían, peligrosamente, en que si se tiene la » ideología correcta» no hay peligro de barbarie. Quizá más apropiado para tratar de vislumbrar lo sucedido, sea releer al premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias donde pese al «realismo» de su narración, aparecen los síntomas del mal.

¿Qué llevó a quitar a otros seres humanos su condición de tales? ¿A infligir dolor y crueldad extremas? ¿A no tener compasión? Para frenar el optimismo, los ajusticiamientos que actualmente cometen las bandas del narcotráfico en Guatemala, México y el resto de Centro América son similares a los cometidos en la guerra civil de Guatemala, El Salvador y Honduras, incluso se dice, aprendidos de los siniestros manuales que estuvieron vigentes en esas décadas de horror.

¿De dónde surge la violencia contra el otro que puede llegar a estos extremos de crueldad? De la negación precisamente de su carácter de otro. Entonces, preguntar por la violencia de la condición humana no es un mero problema histórico, sino una preocupada vigilancia sobre el presente. Si se niega al otro su carácter de tal, las posibilidades de la violencia están dadas. ¿Cómo nos comprometemos en realidad a que algo así no vuelva a suceder? La condena de Ríos Montt en Guatemala abre apenas una interrogación sobre el presente. Para que la memoria de estos años oscuros y terribles cumpla su carácter de iluminadora hace falta ir más allá de condenas y constituirse en algo así como protección para el presente. Y de reconciliarnos misteriosamente con las víctimas que tuvieron alguna vez nombre y rostro.

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