Gobierno, poder y muerte de Videla, un burócrata del mal

Damián Nabot
Buenos Aires, Argentina

La figura de Jorge Rafael Videla, su semblante inexpresivo, mostró una nueva forma de dictador. Un burócrata del mal. Su máscara de civilizada pulcritud sedujo a quienes lo consideraron una solución frente a las turbulencias que sacudían a la castigada democracia argentina. Y con su tono insípido sumergió a la Argentina en la oscuridad de los tiempos.

Las imágenes de archivo exhiben a Videla junto a los principales referentes del poder económico de aquellos años. Había sido el elegido a la cabeza de un sistema que unificaba la violencia represiva con una política de especulación financiera, endeudamiento y liberalismo comercial.

La necesidad de propaganda, con el objetivo de darle acompañamiento a un gobierno sin votos, llevó a Videla a impulsar fervorosamente la organización del Mundial de Fútbol de 1978. Son, tal vez, las únicas imágenes donde se observa al dictador sin su frialdad característica, fundido en un entorno popular inimaginable, cuando la Junta todavía creía que su gobierno podía ser eterno. Fue necesaria la derrota de Malvinas para interrumpir aquella soberbia.

Por el resto, el dictador mantuvo su imagen imperturbable. Hasta cuando enfrentó las condenas por el robo de bebés separados de sus padres o nacidos en cautiverio. Las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo lo siguieron implacables frente a los vaivenes que redujeron y ampliaron el alcance de la Justicia. Primero con el juicio a las Juntas promovido por el gobierno de Raúl Alfonsín, donde Videla se sentó por primera vez en el banquillo de los acusados. Y luego con los retrocesos de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos de Carlos Menem, que le devolvieron la libertad por un tiempo.

Pero Videla murió condenado y en una cárcel común, como pocos dictadores en el mundo y en América latina. La parábola de la Justicia se cumplió.

Nunca se arrepintió de sus crímenes. Y terminó sus días sin quebrar su figura de pulcro administrador del infierno. Donde lo esperan.

* Damián Nabot es periodista argentino. Su texto ha aparecido originalmente en el diario Perfil.

Más relacionadas