Lecciones de un ‘impasse’

Diario El Tiempo
Bogotá, Colombia

La polvareda que se levantó esta semana luego de la reunión sostenida entre el presidente Juan Manuel Santos y el excandidato a la presidencia de Venezuela Henrique Capriles ha dejado varios interrogantes, además de declaraciones altisonantes, llamados a la prudencia y una reflexión sobre la importancia de respetar los canales diplomáticos.

Uno de ellos es el de hasta qué punto lo ocurrido puede ser consecuencia del reacomodo de las facciones que conviven dentro del chavismo, situación no exenta de fricciones, según varios observadores. Las desavenencias, por lo pronto, permanecen en el terreno de la especulación, no obstante indicios reveladores, como la grabación dada a conocer por la oposición, que pone de presente hondas fisuras entre los herederos del proyecto político de Hugo Chávez.

Pero lo que sí es un hecho es que hoy son menos los venezolanos que respaldan la revolución bolivariana. La cifra es considerable: alrededor de 600.000 personas, tal y como se puede constatar al comparar la última votación lograda por Hugo Chávez en los comicios de octubre del 2012 con el respaldo que consiguió Nicolás Maduro en la cita de abril de este año.

Una merma tan significativa necesariamente tuvo que haber puesto al oficialismo en la senda de la autocrítica, en el mejor de los casos. Esto último lo confirman las declaraciones de Diosdado Cabello días después de las elecciones.

Todo lo anterior les da argumentos a quienes sostienen que en un contexto tan complejo como el mencionado, el recurso de sacudir el avispero de las relaciones internacionales es una tentación muy fuerte, que, en esta ocasión, quienes hoy rigen los destinos de Venezuela no pudieron resistir.

La pregunta que deja lo sucedido es el costo de poner en entredicho lo construido en los últimos tres años. Una cuenta que les llega a ambos lados. Una buena relación comercial con su vecino en unas circunstancias tan adversas como las actuales es una carta que a Nicolás Maduro le conviene cuidar. Sirve recordar que el año pasado el comercio entre ambos países creció en 53,8 por ciento y alcanzó los 2.700 millones de dólares.

Y así como muchos en Venezuela se preguntan si desde Miraflores están dispuesto a asumir ese costo, en Colombia es inevitable hacer lo propio, pero en relación con el impacto del episodio en las negociaciones que el Gobierno lleva a cabo con las Farc en La Habana.

La cuestión cobra validez si se observa el papel que dicho país ha desempeñado en el proceso. La innegable cercanía, cuando menos ideológica, de la agrupación subversiva con la revolución bolivariana, que tantos dolores de cabeza ha causado, esta vez sirvió para que la nación vecina fuera fuente de confianza, indispensable para las primeras puntadas, al punto de que, una vez lista la hoja de ruta, se decidió que su rol sería el de acompañante, junto con Chile.

Conocedores de los entretelones de la negociación coinciden en la importancia del aporte de Venezuela para lograr ambientar sus primeros pasos. Llegado el momento de los balances, habrá que darle un lugar preponderante a tal aporte, vital en un momento clave, cuando apenas comenzaban a limarse añejas asperezas. Pero lo que en un principio fue un necesario dinamizador no puede convertirse en pesado lastre.

Dicho de otro modo: tan importante como que el proceso avance en términos de acuerdos es que lo haga en términos de autonomía. No es posible, ni conveniente, que acabe ligado a los avatares de un escenario tan convulsionado como la política del país vecino, como si no fuera suficiente fuente de sobresaltos el dialogar en medio de la guerra.

Sea cual sea el desenlace del episodio –que algunos consideran fruto de lo que podría llamarse un acto de ingenuidad del Gobierno al no calibrar suficientemente la repercusión que tendría– y sin dejar de hacer votos para que prime la sensatez y, como todo apunta, se imponga la diplomacia, es claro que una coyuntura como esta puede servir para determinar qué tan dependientes son hoy las Farc de los designios de Caracas. Incógnita que no está por demás despejar, pues es fundamental que en la mesa ambas partes tengan la certeza de que ninguna está atada a cálculos y motivaciones de un tercero.

Cabe anotar también que un indeseable escalamiento de las tensiones Colombia-Venezuela tendría una suerte de efecto dominó, en el que un directo implicado sería Cuba, país que quedaría en una posición a todas luces incómoda. De ahí que este sea uno de los menos interesados en que los ecos del incidente lleguen hasta La Habana.

Los anteriores escenarios se plantean en el supuesto de que los canales diplomáticos no lograran apagar el incendio. Sin embargo, por las declaraciones del viernes del mandatario venezolano, es de esperar que pronto se pase la página.

Entre tanto, el impasse debe dejar una lección clara y es que nada justificaría que, por cuenta de los forcejeos de la política de otro país, se produjera el más grave de los descarrilamientos: el de la ilusión de millones de colombianos cada vez menos escépticos frente a la posibilidad de por fin alcanzar la paz.

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