La pelea con Maduro: ¿Una jugada maestra?

Luis Carlos Vélez
Bogotá, Colombia

Teniendo en cuenta la crudeza con que se maneja el tema político en Caracas, la violencia del lenguaje y la falta de pericia intelectual del actual residente del Palacio de Miraflores, era fácil suponer que una visita del gobernador del estado de Miranda al presidente Juan Manuel Santos iba a desembocar en una rabieta descomunal.

Pero, si era previsible que la llegada de Capriles a Bogotá iba a causarle tremendo escándalo al país, ¿por qué aceptar el encuentro? La respuesta entonces es: se trata de una jugada a tres bandas que puede terminar favoreciendo el proceso de paz.

Para empezar este análisis hay que reconocer que el presidente Maduro ha sido históricamente el interlocutor del gobierno venezolano con las Farc. Su papel durante la administración de Hugo Chávez fue, entre otras cosas, el de llevar la relación con ese grupo insurgente. Se trata de un hombre de gran ascendencia entre la dirigencia de la guerrilla y sus mensajes directos o indirectos hacen mella en la actual mesa de diálogo en La Habana.

El restablecimiento de las relaciones entre Bogotá y Caracas, gracias a la administración del presidente Juan Manuel Santos, no solamente tenían un componente comercial importante, sino que también era de gran importancia para poder abrir otro canal de comunicación, vía Nicolás Maduro, con la guerrilla.

Para entender esto, es importante recordar que al principio de estas conversaciones de paz el gobierno colombiano subrayó con frecuencia que internacionalmente las condiciones estaban dadas para poder entablar conversaciones entre las partes. Entre líneas, lo que entonces les estaba diciendo el presidente a las Farc era que escucharan a Venezuela, porque su voluntad real era la de llegar a un acuerdo en la mesa de diálogo.

Todo esto ocurría sin contratiempos hasta que la situación política en Venezuela se volvió un verdadero polvorín. Para nadie es un secreto, ni siquiera para las Farc en Cuba, que el apretado resultado electoral de las elecciones de principio de año, sumado a las divisiones internas del chavismo, tienen contra las riendas a Maduro y su posibilidad de ayuda al proceso podría tener los días contados. Porque una cosa es el diálogo de paz con Maduro y otra muy diferente sin él.

Así las cosas, lo importante para acelerar el proceso de paz era hacer evidente la debilidad del mandatario venezolano y nada mejor para esto que darle algún tipo de reconocimiento internacional a su contrincante, que insiste en que le robaron las elecciones.

Entonces, lo que hizo el gobierno colombiano fue buscar la manera de hacerles entender a los representantes de las Farc en la mesa de diálogo en Cuba que es imperativo acelerar el diálogo. Que es determinante llegar a acuerdos antes de que la situación en Venezuela siga deteriorándose para Maduro, su amigo, y la cercanía a las Farc se acabe o se convierta en un debate político nacional.

El gobierno Maduro rápidamente se dio cuenta de la jugada y reaccionó golpeando la mesa del proceso y amenazando con evaluar su participación. No tenía otra opción, ya que Caracas inmediatamente identificó que se trataba de un movimiento de piezas estratégico para apretar los relojes de las Farc, para concretar el diálogo en La Habana. Sin embargo, al mismo tiempo, los terminó ajustando aún más, porque ahora los negociadores de paz de la guerrilla en Cuba entienden que sin interlocutor en Venezuela se quedarán solos y deben concretar su posición lo mas pronto posible.

Si esto es cierto, ya que es simplemente un análisis, el presidente Santos habría demostrado nuevamente su habilidad de jugar a tres bandas, de barajar las cartas rápidamente para que el juego avance a su favor y, de paso, para que, tal y como ocurrió la semana pasada, así sea por una sola vez en todo este proceso, el expresidente Álvaro Uribe lo defienda, tal y como lo hizo al rescatar la legitimidad de su encuentro con Henrique Capriles.

* Luis Carlos Vélez es periodista colombiano. Su texto ha sido publicado originalmente por el diario bogotano El Espectador.

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