Rebaño digital

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Ganar tiempo es una de las consignas usuales, todo un paradigma, en cuyo empeño paradójicamente lo perdemos. Hacer más con menos -menos recursos, menos tiempo- define la eficiencia, gran becerro de oro posmoderno que todos buscan, premian, admiran, profesan. Pero el tiempo ahorrado en la consecución de un resultado no libera al individuo, sino que lo esclaviza más pronto a la tarea siguiente, a la próxima cita en la agenda, al curso adicional en la cada vez más especializada academia, al derroche de la última gota de energía que mantenga aceitado el inescrutable engranaje, en un círculo vicioso en el que la eficiencia se sirve a sí misma, insaciable, dando cuerda al mecanismo que mantiene a todos girando.

Hay que felicitarnos como especie por haber incrementado la expectativa de vida; hoy se viven en promedio muchos más años que hace un siglo. Pero los días son más cortos, pasan tan rápido frente a nosotros que no alcanzamos a ver su color ni a capturar su aroma; son, los días, una mezcla prefabricada, empaquetada y etiquetada de eventos destinada al microondas de las relaciones instantáneas, de existencias con escaso calor natural, sin fuegos perdurables, que se alimentan sobre los trastos desechables, plásticos, de intercambios digitales mutilados, donde logos, marcas y fondos de pantalla han tomado el lugar de miradas; los tonos de voz han sido sustituidos por mayúsculas, subrayados o íconos que suplantan el ánimo de sus remitentes; las reflexiones y diálogos, por monólogos cablegráficos sin contexto, caca de pajarito, trinos, tuits en la jerga.

La impronta personal en las relaciones es sacrificada por los códigos y protocolos de las mal llamadas redes sociales, cuya utilidad práctica es solo igualada por su potencial para desconectar al individuo de la realidad circundante, sumiéndolo en la ilusión de una amplia compañía virtual. Hemos ganado en técnica, en velocidad, en estandarización -¡vaya valor contemporáneo!-, pero se ha perdido en arte, en humanidad. Es que no hay tiempo para más…lo hemos hipotecado para vivir en medio del rebaño digital.

Y lo más curioso es que estas agendas atiborradas, compactadas bajo el peso del tránsito imposible, empleadas en buena parte disparando tuits, chats y más pedos neuronales con dos dedos y monosílabos, sin más paisaje que el que ofrece la diminuta e hipnótica pantalla, producen en sus víctimas una sensación de importancia: se ven a sí mismos útiles, productivos, exitosos. Para comprobarlo, se toman fotos o activan sus cámaras, para que sus familias, privadas del contacto personal, lo puedan apreciar también «en línea». Papá -o Mamá, ya da igual cuando el género suplanta al sexo- están en la «nube», ese nuevo espacio virtual donde se transan lo mismo negocios que intimidades. La sociedad anda por las nubes.

Se viven más años compuestos de días más cortos. No ha cambiado, seguramente, la física del tiempo, los péndulos dan la hora en los mismos intervalos que siempre; pero en la dimensión metafísica parece haber en el reloj menos arena, o vaciarse más rápidamente, recordándonos como caerá el polvo sobre la tumba, cuando el tiempo se haya esfumado del todo.

* El texto de Bernardo Tobar ha sido publicado originalmente en HOY.

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