La maldición de los faraones

Alberto Molina

Alberto Molina
Quito, Ecuador

Faruk I (1920-1965), fue el último rey de Egipto; como todo déspota, vivió una vida de lujo, de excesos y despilfarros, lo que contrastaba con el hambre y la pobreza que sufría su pueblo. Tras su caída en 1952, cuatro generales han ocupado la presidencia de Egipto durante 59 años: Mohamed Naguib,  Gamal Abdel Nasser, Anuar el Sadat y Hosni Mubarak.

Naguib encabezó la llamada “Revolución de los Oficiales libres”, gobernó durante los diecisiete primeros meses de la nueva República Árabe de Egipto; le sucedió en el gobierno Nasser, este militar es recordado por los egipcios con idolatría, gobernó desde 1954 hasta 1970, padre del panarabismo y modernizador de Egipto. Nasser emprendió grandes proyectos como la construcción de la presa de Asuán y nacionalizó el canal de Suez. En 1967 Egipto sufrió una derrota militar en la Guerra de los Seis Días. Este líder trascendió en la historia mundial, el “nasserismo” se acuñó como sinónimo de nacionalismo.

A la inesperada muerte de Nasser, le sucedió otro de los “oficiales libres”, Anuar al Sadat; en su gobierno, en 1973 Egipto lanzó una ofensiva militar contra Israel, el inicial éxito de las tropas egipcias se convirtió en derrota en la Guerra de Yom Kippur; tras la guerra, Sadat firmó el acuerdo de paz con Israel, llamado de Camp David ; este acuerdo fue repudiado por el mundo árabe, y sus consecuencias fueron la expulsión de Egipto de la Liga Árabe y el ascenso del fundamentalismo islámico; Sadat fue asesinado en 1981. Le sucedió Hosni Mubarak; este militar gobernó durante 30 años; fue necesaria una gran resistencia del pueblo que estaba harto de una dictadura abusiva, corrupta y represiva; el foco de la rebelión fue la emblemática “Midan Tahrir” (Plaza de la Liberación) en el centro de El Cairo en donde se concentraban cientos de miles de manifestantes que lograron derrocar al dictador el 11 de febrero de 2011.

Egipto quedó inmerso en el caos y fue necesaria la intervención de los militares para mantener el orden,  mantener una débil institucionalidad y convocar a elecciones.

En las elecciones de junio de 2012, ganó el líder islámico Mohamed Morsi apoyado por los Hermanos  Musulmanes, el movimiento de masas más poderoso de Egipto.  La débil institucionalidad del país, la falta de liderazgo de Morsi y la frustración del pueblo frente a la joven democracia; en apenas un año de gobierno Morsi pierde legitimidad, el pueblo vuelve a las calles exigiendo su salida, el 3 de julio de 2013, el Ejército dio un nuevo golpe de Estado, derribando al primer gobierno democrático de la historia de Egipto.

Aquí cabe recordar la reflexión que hace el filósofo Karl Popper: “Cómo cambiar un mal gobernante que, habiendo sido elegido democráticamente, hace uso del poder para destruir la democracia. Esto es, cómo en democracia se puede salvar la democracia, sin la necesidad de recurrir a la intervención de los militares”.

Coronel (r) Alberto Molina Flores

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