“Dios ya es brasileño, ¿y ustedes querían un Papa?”

María Fernanda Egas
Miami, Estados Unidos

Eso dijo el Papa Francisco a los periodistas a su llegada a la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Viniendo de un argentino de visita en Brasil, no queda duda de que la humildad será el eje conductor en sus mensajes. Y que por mucho que varios mandatarios latinoamericanos hayan volado a Roma para ser los primeros en tomarse la foto con “el Papa latino” difícilmente convencerán a sus pueblos de que tengan algo en común con Su Santidad, a excepción de Pepe Mujica, claro está.

La lucha contra la pobreza y la exclusión social ha sido una constante en la trayectoria de Jorge Mario Bergoglio. Para quienes tienen la impresión de que sus desprendimientos materiales son parte de un show mediático, están apenas desinformados. Muy cercano a los “curas villeros” no solo de Argentina sino también de Uruguay, Bergoglio oficiaba misas, bautizos y procesiones en los lugares más excluidos conocidos como villas (favelas, invasiones) de la capital, en donde viven cerca de 200 mil personas y es querido como un amigo y un padre espiritual. Se sabía ya desde 1992, cuando era Arzobispo auxiliar de Buenos Aires, que era austero y que no le gustaba ocasionar repercusión en los medios de comunicación. Siempre prefirió el transporte público, lo que para su inconveniencia, se convirtió en primera plana al ser nombrado Papa. En Buenos Aires solía confesar como un sacerdote más, siendo arzobispo. En Roma optaba por vestir un sobretodo negro para no mostrar el traje de cardenal, y cuentan que cuando el Papa Juan Pablo II lo proclamó como tal en febrero del 2001 prefirió hacer arreglar la vestimenta de su antecesor.

En 2009 siendo el primado de Buenos Aires, Bergoglio criticó frontalmente al gobierno de los Kirchner por propiciar el aumento de la pobreza, algo que estimó “inmoral, injusto e ilegítimo”.  «Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión y los asesinatos, sino también por estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades”. Además, no  perdió oportunidad para denunciar la “extraordinaria fuga de capitales” en Argentina y exhortarlos a saldar la deuda social con millones de argentinos, “en su mayoría niños y jóvenes”.

Por tanto pienso que esta primera visita a América Latina a la Jornada Mundial de la Juventud le viene como anillo al dedo al Papa Francisco, quien conoce demasiado bien cómo la desidia y la ambición de los políticos de turno han propiciado la pobreza, el desempleo, la violencia y la drogadicción en los jóvenes.

Con cientos de miles de peregrinos de todo el mundo ya congregados en Río de Janeiro, será una visita papal muy diferente a la deslucida, y me atrevo a decir, boicoteada visita de Benedicto XVI al Santuario de Aparecida en mayo del 2007. ¿Podrán las fuerzas políticas, económicas y sociales que se oponen a su presencia en el país más católico del mundo pero a la vez, con el mayor sincretismo religioso, vencer el carisma y el testimonio de vida de Bergoglio? Creo que no.

Y que estamos muy claros en que se trata de un hombre que no comulga con la clase política que lo recibe en el continente. Es un Papa que la condena de frente, que critica el uso de la dirigencia como escalón para las ambiciones personales, “para los mezquinos intereses o para promover a los amigos que los sostienen”, ha declarado. Viene a oponerse a este tipo de testimonio lleno de bajezas, pernicioso para los niños y jóvenes del continente y del mundo. ¿Volverá esta juventud a su casa, a sus países, con los mismos ideales del Papa Francisco? Espero, de todo corazón, que sí.

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