Imprima su casa, su ropa, su comida

Sergio Ramírez Mercado
Masatepe, Nicaragua

La idea que tenemos de imprimir se reduce generalmente al papel. Reproducir un documento, que es lo que un tiempo los monjes hacían a mano con los libros y luego pasó al dominio de la imprenta de tipos móviles, la gran revolución del siglo XV. Siempre me ha fascinado imaginar el desconcierto de aquellos copistas encerrados tras las paredes de los conventos, cuando escucharon las primeras noticias de que se había inventado una máquina que sustituiría para siempre su paciente trabajo de pendolistas.

Como uno de esos monjes medioevales me sentí cuando en los años ochenta del siglo pasado abrí en Managua la caja donde venía el primer ordenador de palabras que llegaba a mis manos. Yo mismo lo instalé, siguiendo de manera febril las instrucciones del manual, y no quedé en paz hasta que pude teclear la primera palabra en la pantalla verde mientras la señal del cursor me incitaba a seguir adelante.

Las impresoras conectadas a las computadoras personales de entonces eran rudimentarias, pero hoy han logrado eliminar de nuestras mentes el concepto de original y copia que antes teníamos. Una impresora solo produce originales, y esto que parece tan simple ha significado la alteración de todo un concepto filosófico.

Los grandes inventos no sacuden de un solo golpe a la humanidad, sino que se van abriendo paso en las mentes hasta que, después de ser un asunto de pocos, su uso se generaliza, y se vuelve costumbre. Del correo electrónico oí hablar primero de manera lejana, un asunto curioso. El teléfono celular me pareció un juguete raro. Y recuerdo que la revista Time registraba en cada número los sitios web más atractivos, tarea que sería hoy inútil, porque hay millones.

Es lo que está pasando hoy día con las impresoras en tercera dimensión, por eso empecé hablando de nuestra idea limitada de lo que significa imprimir. Se oye hablar de esta nueva invención de manera esporádica y lejana, apenas como una curiosidad, a pesar de que estamos entrando en una nueva era, como antes con la aparición de la imprenta, o de la máquina de vapor, o de las computadoras.

Una impresora en tercera dimensión trabaja igual que cualquier otra, con cartuchos, en este caso de polvos de resinas, polímeros y tintes; solo que en lugar de imprimir caracteres sobre una superficie plana, como el papel, va agregando capa tras capa hasta formar objetos, siguiendo las instrucciones inscritas en el programa digital de diseño. Juguetes, por ejemplo. Adornos de mesa, lámparas, pulseras de reloj, pendientes, collares, broches, decorados de Navidad. Todo lo que nos puede parecer bagatelas.

La fabricación de estos objetos, que ha dependido hasta ahora de un proceso industrial, bajo una marca registrada, y de la distribución por un mayorista a tiendas al detalle donde el cliente tiene que acercarse a comprarlos, se hace ya de manera doméstica. Desde su propio hogar, cualquier puede buscar en internet el diseño que le convenga, e imprimir la pieza uno mismo.
Una impresora tridimensional que produce objetos de hasta 28 por 15 por 16 centímetros en toda la gama de colores, simples o mezclados, usando plástico biodegradable, cuesta hoy unos 2 mil dólares, y las hay, para objetos de mayor tamaño, que llegan a costar 10 mil; pero ya se sabe que estos precios tienden a bajar en la medida en que el uso se generaliza.

Las impresoras en tercera dimensión están en su infancia, pero además fabrican ya prótesis médicas, piezas dentales, y brazos, pies, manos, piernas, con la ventaja de que son hechas de acuerdo a las necesidades exactas de cada paciente. Y también piezas de maquinaria industrial, de automóviles, de aviones, o de barcos, como lo está haciendo ya la Marina de Estados Unidos, desde luego que existen plásticos tanto o más resistentes que los metales.

La impresión en tercera dimensión va a revolucionar no solo la industria con la fabricación de matrices y prototipos, sino también la arquitectura y la construcción. En Holanda, la compañía de arquitectura DUS dispone de la impresora KamerMaker, la más grande del mundo, que utilizará un bioplástico obtenido del maíz, y fibras de madera, para imprimir las paredes, techos y demás componentes y muebles de edificios. El primero de ellos se alzará junto a uno de los canales de Ámsterdam, una vez ensamblado.

Ya se está probando la impresión de comidas, empezando por los pasteles de chocolate, las pizzas y las galletas, donde las resinas y polímeros serán sustituidos por polvos de proteínas, carbohidratos y grasas, y otros componentes les darán los sabores, y hasta los olores. La NASA impulsa estos experimentos en vista de los futuros viajes espaciales que podrían durar años. ¿Y la carne? Modern Meadow trabaja en un proyecto para imprimir la “vitrocarne”, formada por las mismas células que hay en un buen filete. En el futuro, no lo dudemos, estos platos estarán también en los restaurantes.

¿Ropa? Hay un prototipo ideado para reciclar los filamentos de la ropa vieja, e imprimir prendas a la medida en la propia casa, el diseño y los colores al gusto de cada quien, con lo que las grandes fábricas textiles ubicadas en el tercer mundo llegarán un día a desaparecer.

Pero lo peor, también pueden ya imprimirse armas de fuego. Cody Wilson, un estudiante de la Universidad de Texas, creó una pistola hecha de resina que muy pronto podrá reproducirse a domicilio, “para defender la libertad civil del acceso del pueblo a las armas como lo garantiza la Constitución de Estados Unidos”, como proclama su inventor.

La impresión en tres dimensiones revolucionará, por tanto, el comercio mundial y el transporte internacional, desde luego que en la medida en que se desarrollen máquinas impresoras de mayor volumen y diversidad, disminuirá el traslado de carga entre lugares lejanos, y por tanto el número y el tamaño de los barcos surcando los océanos.

¿Y los seres humanos? Todavía no se habla de imprimirlos.

* Sergio Ramírez es novelista y fue vicepresidente de Nicaragua. Su texto ha sido publicado en el portal www.sergioramirez.com.

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