Bachelet –Matthel: 40

Joaquín Hernández Alvarado
Guayaquil, Ecuador

El próximo 11 de septiembre será en Chile algo más que el recuerdo del cuadragésimo aniversario del golpe militar que derrocó a sangre y fuego al presidente Salvador Allende. Más bien podría señalar el inicio del último capítulo del proceso que se desencadenó aquel día y que prosigue en los nombres de generaciones que, si bien no se enfrentaron en esa coyuntura, -no podían hacerlo-, están fuertemente remitidas a ese pasado.

Hay que precisarlo. Ni Michelle Bachelet ni Evelyn Matthei van a enfrentarse para saldar cuentas por lo sucedido 40 años atrás y que involucró a sus padres y familias.

La disputa ideológica de entonces, sostenida y avivada por la guerra fría, no existe más. Las dos ciertamente, como se ha informado de sobra, son hijas de generales de aviación, activos en ese mismo período y que se ubicaron en los extremos políticos. De niñas, se conocieron y jugaron.

El general Bachelet murió a consecuencia de las torturas de los golpistas; el genera Matthei no estuvo en los días del golpe, posteriormente llegó a ser comandante general de la FACH durante la dictadura militar y actuó de garante, como un reportaje de El País informa, desde dicho puesto para que la viuda de Bachelet, Ángela Jeria y su hija pudiesen regresar a Chile. Doña Ángela, señala también dicho reportaje, tiene la certeza de que el general Matthei no estuvo en la Academia de Guerra en el tiempo en que su marido estuvo ahí.

El problema es otro. Es la diferencia de los proyectos que representan, según el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, en un artículo aparecido el domingo pasado en El Comercio de Santiago. En sus palabras, Bachelet intentaría radicalizar la modernización capitalista del modelo chileno. Matthei, sostener ese mismo proyecto sin la radicalización. «Una, Bachelet, el intento por modificar las líneas de modernización que Chile comenzó a trazar en los ochenta, durante la dictadura; otra, Matthei, el esfuerzo por subrayar esas mismas líneas y evitar que se borroneen o siquiera se hagan más tenues.» No se trataría por tanto, según Peña del conflicto entre dos personalidades cuyo pasado se entrelaza y las separa, sino de dos visiones de país a partir del mismo «milagro chileno».

Es lo que en parecidos términos analizaba Miguel Ángel Bastenier en diario El País: si ganara Matthei, «los cambios podrían ser solo de género, estilo y cosmética general».

«Bachelet habla», recuerda Basténier, de «aprobar una nueva Constitución o de cuando menos de importantes enmiendas sobre la vigente de 1980…; una Carta que garantice los derechos económicos y sociales de los más desfavorecidos y las clases medias que forman hoy el centro geométrico electoral del país.»

Efectivamente, la reforma de la Constitución de 1980 es clave en múltiples sentidos. Supondría dejar atrás definitivamente el proceso iniciado el 11 de septiembre de 1973. Pero abriría también puertas a demandas de los nuevos actores sociales que apuntarían más allá de una social democracia progresista como Brasil lo ha mostrado.

* El texto de Joaquín Hernández ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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