Guerra civil

Editorial de diario El País
Madrid, España

Si alguien tenía todavía dudas sobre el golpe de Estado militar que derrocó al presidente Mohamed Morsi el pasado mes de julio, ayer quedaron más que definitivamente despejadas de la forma más sangrienta y brutal posible. Egipto está repitiendo el guion que conoció Argelia hace 20 años, cuando el Ejército interrumpió violentamente entre la primera y la segunda vuelta las elecciones democráticas que iban a dar la victoria al Frente Islámico de Salvación y abrió las puertas del infierno de una guerra civil que costó al país magrebí más de 150.000 víctimas mortales.

La responsabilidad por la matanza de ayer es fundamentalmente de las autoridades que han ordenado el levantamiento a sangre y fuego de los campamentos instalados por los Hermanos Musulmanes en sendas plazas de El Cairo, donde han exigido la imposible devolución de la presidencia a quien hizo todos los méritos para perderla tras obtener el aval de las urnas. La cofradía islamista buscaba la confrontación más violenta posible con el Ejército, una vez perdido el poder que no supo gestionar, pero era responsabilidad del Gobierno interino y de los militares evitar la provocación de los partidarios de Morsi, dispuestos al martirio en reivindicación de su líder.

La guerra civil no enfrenta tan solo a conciudadanos sino que divide y obliga a tomar partido, en muchos casos con gran disgusto, por el bando que representa el mal menor. Esto es lo que está sucediendo ahora con los sectores laicos que promovieron la revolución contra Mubarak y de forma todavía más cruda con la minoría cristiana copta, perseguida y culpabilizada por los Hermanos. Al final, entre el Ejército y el islamismo radicalizado y violento no queda espacio para que nadie respire.

La comunidad internacional también se halla escindida entre la condena del comportamiento criminal del régimen militar y el temor a la deriva violenta emprendida por el islamismo, evidenciada ayer mismo en la destrucción e incendio de iglesias coptas. A Estados Unidos le costará seguir mirando hacia otro lado sin aplicar las represalias que prevé su legislación para los casos de deposición por la fuerza de un jefe de Gobierno, puesto que a fin de cuentas los militares egipcios son sus aliados y quienes garantizan la aplicación de los acuerdos de paz con Israel.

Aunque ya ha fracasado la misión de diálogo mandada por los europeos, enfrentada sobre todo con la intransigencia islamista respecto a la presidencia de Morsi, nada podrá construirse en Egipto en el camino de la paz y de la recuperación democrática con los Hermanos Musulmanes en actitud insurreccional. Pero restablecer el diálogo con el islamismo político es algo que ahora parece más fácil para Turquía y Catar que para Washington y Bruselas. El primer ministro Erdogan y el emir catarí apoyaron en su momento a los Hermanos, en abierta contradicción con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, y ahora probablemente se encuentran entre los escasos amigos de la cofradía que pueden ayudarles a salvarse de sí mismos.

* Editorial publicado por el diario español El País, publicado el 15 de agosto de 2013.

Más relacionadas