Yasunízate

Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

Que el plan B de la revolución ciudadana respecto del ITT y el parque Yasuní haya triunfado, por la supuesta desidia internacional y la muy clara desidia local –disfrazada de campaña mediática global, más tendiente a vender imagen que a constituirse en voluntad real- no es sorprendente. Ocurrió con la perfecta Constitución, que se publicitó como un producto posthistórico e inclusivísimo, pero que, a poco andar, dadas las necesidades y el pragmatismo del poder cada vez más amplio y férreo, se trastocó en un instrumento «demasiado garantista». Ahora, todo el argumento para preservar al parque y sus riquezas tangibles e intangibles, pareciera valer mucho menos que los miles de millones que el gobierno alegaba defender y preservar con su iniciativa.

Pero no. El espíritu que insufló a la Constitución o el que anida en la campaña del Yasuní, no dejan de perder sentido ni espesor ante la necesidad descarnada del poder. Porque la decisión de travestir un discurso pregonado como verdad viene de eso, de una necesidad llana: con el desafecto constitucional fue controlar cualquier forma de disidencia social, y ahora es financiar el Frankenstein estatal que le permite tener un éxito sin precedentes al proyecto de eternización en ciernes.

Paradójicamente, el llamado «Yasunízate» cobra más sentido que nunca. Es una forma de sentir y vivir en el siglo XXI, en donde el futuro del planeta –y de los seres humanos- importa e impulsa a tomar acciones sobre las formas como consumimos, producimos y generamos y utilizamos fuentes de energía. Es una discusión central que no se limita al Yasuní sino que lleva de plano a la discusión sobre lo que queremos ser como sociedad: si los subsidios a los combustibles, que evitan tener responsabilidad y conciencia sobre el consumo de un recurso no renovable, deben mantenerse; si debemos seguir siendo una economía extractivista, altamente dependiente, que genera riqueza hoy pero un impacto brutal intergeneracionalmente, como lo atestigua la historia petrolera y minera internacional; si queremos tener control como sociedad –con un alto valor de la voz de las comunidades posiblemente afectadas- de las decisiones trascendentales o estas solo cobran forma al alero de la temperatura de la frente gubernamental.

Yasunízate. Yasunisémonos. Este neologismo conjugado en todos los tiempos y voces, debiera ser un zumbido que horade el tímpano de todos. No solo de aquellos acostumbrados a la sordera cuando no escuchan lo que quieren sino del resto de la sociedad para darle cara a un desafío crucial que por facilismo y falta de coraje no hemos querido enfrentar sin máscaras. Llegó la hora de la verdad. El debate sobre el Yasuní es una oportunidad única para discutir sin maniqueísmos ni medias verdades sobre nuestra matriz productiva y el impacto en el patrimonio de todos. Es un debate de consecuencias globales pero, sobre todo, de responsabilidad nacional. Mirándonos a la cara. Y pensando en la de nuestros hijos y nietos.

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