Buena prensa

Danilo Arbilla
Montevideo, Uruguay

La lectura de algunos rankings me refrescaron los lamentos del entonces presidente mejicano, Felipe Calderón Hinojosa, que se quejaba de que México tenía mala prensa. Allá por fines del 2010, en una charla informal, aunque no reservada, con una media docena de periodistas y cafés de por medio, el mandatario comparaba la suerte de su país, en materia de prensa internacional, con la de Brasil. La tasa de homicidios en Brasil, observó, es bastante más alta que la de México; sin embargo, todo los corresponsales cuentan nuestros muertos y de los de ellos ni se acuerdan.

Según las últimas estadísticas, la tasa de homicidios de Brasil es la séptima más alta del mundo. Es del 27,4 por cada 100.000 habitantes, en tanto para México es del 22,1. Calderón tenía razón.

Pero además, los porcentajes no son elocuentes para pintar la realidad. En artículo publicado en la revista brasileña Veja hace dos semanas, el destacado columnista J. R. Guzzo, hacía comentarios de este tenor: “Vivimos en un país que tiene 50.000 homicidios por año, equivalente en el mismo período al número de muertos en la guerra civil en Siria…”. “Para 100 crímenes cometidos en San Pablo e investigados por la policía en el primer cuatrimestre de este año, apenas hubo tres prisiones. En el primer trimestre de 2013 hubo 101 latrocinios solo en San Pablo, más de uno por día. Y también solo en San Pablo, 50.000 presidiarios con permiso de libertad, para conmemorar en familia la Navidad o el día de la Madre, no volvieron a la prisión en los últimos diez años”.

“En tres días –sigue Guzzo– en el Brasil de hoy se mata una cantidad de personas igual a la de que son acusados de haber matado agentes de gobierno en los 21 años de régimen militar . Tenemos una Comisión Nacional de la Verdad para investigar 300 muertes de “militantes de izquierda” ocurridas 40 años atrás (otros 120 ciudadanos fueron asesinados por los grupos de “lucha armada”), pero no se investigan los 100 homicidios cometidos en las últimas 24 horas”.

Decididamente, la prensa y los periodistas brasileños no se callan ni se autocensuran, pero lo que sale para afuera, como decía Calderón, no es un reflejo muy fiel de lo que efectivamente pasa.

Y cosa parecida ocurre con las cifras sobre pobreza, educación y ni qué hablar sobre corrupción. En esta materia, Brasil está por la mitad de la escala, pero muy por arriba de otros países del continente, y por supuesto mucho mejor calificado que México para pena de Calderón. Sin embargo, es difícil encontrar por la zona casos de corrupción como el del “mensalão” ( compra de votos en el Congreso por parte del Partido de los Trabajadores de Lula, usando dineros públicos). Obviando el hecho de que Lula, entonces presidente, nunca fue ni investigado, y eso pese a que todo el plan se llevó a cabo desde Planalto, el edificio presidencial, y bajo el comando del jefe de Gabinete, se puede argüir a favor que este caso fue aclarado y se condenó a 25 personas, incluida quien era mano derecha, primer ministro y amigo personal del presidente. La realidad también es que la dilucidación del “mensalão” llevó más de siete años y que si bien hace ya más de 7 meses que se dictaron las sentencias, los condenados, por cuestiones de idas y vueltas o como quiera llamársele, siguen sin ir a la cárcel, tal como lo dispuso la Justicia.

De eso y muchas otras cosas, entre ellas el escándalo que se acaba de destapar con Siemens, con unos 15 años de antigüedad, se habla poco afuera, mientras gobernantes brasileños de turno dictan cátedra a nivel planetario. Sin duda, hay que reconocerle a Brasil que coloca bien su imagen. En eso, como en el campo comercial, son partícipes de un deterioro de los términos de intercambio, pero eso sí, siempre a su favor, tal cual lo confirman las cifras de sus negocios con los vecinos, con países del tercer mundo y ni qué hablar en sus negocios de producción hidroeléctrica en sociedad con Paraguay.

* El artículo de Daniel Arbilla fue publicado originalmente en el diario ABC Color, de Paraguay.

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