Feo consumismo

Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

Un reciente artículo de Fabián Corral me hizo reflexionar si toda sociedad que se enriquece está condenada a ser consumista. Y creo que no.

En su artículo del 26 de agosto, «La bendición de la pobreza», Fabián argumentaba que cuando el Ecuador era un país más pobre, no estábamos tan envueltos en la «lógica del consumo» ni tan plagados por la «prepotencia del nuevo rico» y menos aún, no éramos testigos de «el derrumbe de las instituciones frente al mercado y la política». Decía que todo eso le hacía pensar que la pobreza fue una bendición, cuando no vivíamos «ahogados en contaminación, entrampados entre el tráfico y la premura, marcados por la angustia y el desconcierto».

Insisto, esos razonamientos me llevaron a pensar hasta qué punto toda sociedad que sale de la pobreza está condenada a volverse consumista, superficial y vana.

Creo que hay ejemplos históricos que demuestran que no. La historia de los Países Bajos y de Inglaterra a partir del siglo XVI y de los países escandinavos desde el siglo XIX presenta ejemplos de sociedades que salieron de la pobreza, pero que no se dispararon hacia un consumo sin límites, logrando vivir una especie de ‘riqueza austera’.

Lograron que no todo su creciente ingreso se dirija al consumo. Lograron, por lo tanto, que parte de la riqueza que se estaban creando fuera a la alternativa más obvia: el ahorro y la inversión. Y así lograron mantener sus altos niveles de desarrollo y seguir creciendo.

¿Cómo lograr que en nuestro país se logre vivir una ‘riqueza austera’ y no la pesadilla descrita por Fabián Corral? Pues el Estado podría aportar mucho, a través del ejemplo y con políticas económicas.

El ejemplo consistiría en que el Gobierno, el agente económico más importante del país, sea el primero en ahorrar, en crear un colchón para los malos momentos, en no gastar hasta el último centavo disponible, en no destinar tantos recursos al diseño de logotipos de las instituciones públicas, en no brindar tantos vehículos nuevos a tantos funcionarios públicos, en no aumentar en tanto su plantilla de funcionarios. Eso sería dar ejemplo de saber manejar la riqueza.

Las políticas económicas podrían aportar en dos frentes: hacer más rentable el ahorro y crear más oportunidades de inversión. Ahorrar en el Ecuador es mal pagado porque los bancos no pueden cobrar intereses más altos y, por lo tanto, no pueden pagar mejor. Las tasas de interés fijadas por el Estado en niveles artificialmente bajos son un desincentivo al ahorro.

¿Finalmente qué se podría hacer con tanto ahorro? Pues invertirlo en la producción. Pero si se vive modificando las reglas de juego, se reforman los impuestos y se cambian las normas laborales, la gente prefiere gastarse la plata y no invertirla, menos aún a largo plazo. Cambiar sería bueno pero impopular.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en El Comercio.

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