Des (o) cupados

Eduardo Daniel Crespo Cuesta
Quito, Ecuador

Hace unos días el señor presidente (entiéndase a lo Miguel Ángel Asturias) decidió, nuevamente en ese ejercicio cortesano que son las sabatinas, que los alumnos de establecimientos públicos que salgan a protestar, serían sancionados con la pérdida de su cupo. Como suele suceder, la medida, aplaudida entre bravatas y música protesta, fue matizada a inicios de semana cuando se aclaró que solo aplicaba mientras la protesta sea en horario de clases, y que se limitaría al cambio de plantel.

Si bien el matiz cambia, y muchos ven en esto una medida pertinente, una graciosa dádiva desde el poder, parecería que la pérdida paulatina de libertades, suavizada por medidas a posteriori, fuese ya una característica de nuestro Estado de derechos, y no de opinión, como reza el segmento final de las sabatinas. Sin embargo, dicho eslogan termina erosionando un concepto fundamental de la libertad individual: el derecho a la libre expresión, aunque sea tan fácil de tildarlo de linchamiento mediático, grosero subterfugio que de paso agrede al uso correcto del idioma. Hasta en eso ya hay un lenguaje revolucionario y oficial, rediós.

A ver si nos entendemos: creo que la mayoría de ecuatorianos rechazamos la manera en que el MPD secuestró por décadas a la educación pública, y cómo su jauría de cantamañanas y desvergonzados hicieron de la FEUE y la UNE sus feudos particulares; de cómo han manipulado al idealismo juvenil para fines partidistas y así mantener su tajada del pastel estatal. Pero entre eso, y criminalizar la protesta social, hay un largo trecho (como aquel que separa a Alfaro de sus presuntos herederos verde fosforito).

¿Es que acaso esto es digno de una sociedad democrática que se precia de poseer un Estado “de derechos”? ¿De una constitución garantista hasta el paroxismo, Pachamama incluida? El proyecto político cada vez se arrincona más en la dictadura de las mayorías, y parece que solo se apersona de aquello que permita mantenerse en la cresta de la ola. Las multitudes podrán garantizar muchas cosas, pero no el disenso en libertad. Ayer fueron otros, hoy los estudiantes y su derecho a la educación. Ahora el que proteste pasará a las filas de los sin cupo, los des (o) cupados. Pero no nos engañemos: los desocupados somos muchos más, desde los que tienen prohibido chupar el domingo hasta los criminales que aun nos bañamos con agua caliente gracias a un calefón (perdonarán pero vivo en las faldas del Pichincha, así que no puedo darme el lujo espartano de congelarme en las mañanas). Desde los que tienen negocios aniñados que se están yendo al carajo gracias a nuestra altivez soberana con nuestro mayor socio comercial (mientras Julian Assange rapea en la Embajada en Londres) hasta los ecologistas infantiles.

Lo que sucede es ya vieja historia: golpes por separado post electorales, acompañados de nuestra complicidad. Inveterado instinto de conservación: si no es con nosotros… calladitos nos vemos más bonitos, y seguros por supuesto. Pero esta estrategia, al igual que aquella del Régimen de legitimarse mediante eufóricas mayorías, tiene un límite. El punto es que no sabemos cuál de las dos se agotará primero. Mientras tanto, o empezamos a ser conscientes de que la libertad cercenada del otro es también la mía, o terminamos todos des (o) cupados, aunque no en Miami, dado que eso es de vendepatrias (Alfaro nos libre) y del primo Delgado. Pero eso, ya lo sabemos, es otro cuento.

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