La pantomima petrolera

Marlon Puertas
Quito, Ecuador

Un poco tarde se dio cuenta Rafael que debía mancharse las manos con petróleo para denunciar a la Texaco Chevron. Apenas seis años después que hiciera lo mismo la bella actriz Daryl Hannah, que fue al mismo lugar, sin ser ecuatoriana, sin ser presidenta de nada, para expresar de la forma más gráfica su rechazo a la contaminación y su apoyo a los habitantes de la Amazonía.

En  este lapso, hubo mutis por el foro. Silencio, dejando a las comunidades amazónicas batirse solas ante un gigante petrolero que cuenta con todos los recursos habidos y por haber. El Estado ecuatoriano, durante años, prefirió hacerse a un lado para no involucrarse en la bronca judicial que se inició contra su antiguo socio petrolero. Y solo es ahora, cuando confluyen en la revolución temas incómodos que le levantan sospechas de haberse convertido en un explotador petrolero más, por aquello del Yasuní, es que se animan a lanzar un ataque frontal y urgente contra los malos de la Chevron.

Son dos frentes con un solo protagonista, que asume con la  genialidad de un Tom Hanks ambos papeles. El primero, el de la víctima contaminada. El que espera reparos económicos a una devastación petrolera que ha matado gente y selva, todo por ahorrarse los  millones de dólares que demandaba la remediación. El segundo papel, el del explotador petrolero. El que, a cuentas de que necesita la plata, está dispuesto a instalar plataformas, cruzar la selva de carreteras y otras pericias más, en el corazón de la reserva más promocionada internacionalmente para que se conserve como está.

Lo inédito es que en ambas escenas el protagonista es Rafael. El que exige indemnizaciones a los petroleros por la contaminación, y el que decide, al mismo tiempo, explotar la reserva natural más importante del planeta, jurando que no contaminará nada.

En el medio, como siempre, los que sufren las consecuencias. A esos casi no se los escucha.

A los que padecieron y siguen padeciendo los achaques en su salud, en sus cuerpos, poco se les pregunta su opinión. Como nadie les preguntó a los habitantes de la frontera, que tienen en su piel las marcas de la fumigación con glifosato por parte de Colombia, antes de llegar a un amistoso acuerdo   por parte de ambos gobiernos, $15 millones  de por medio. El hecho es que tanto las empresas privadas como los Estados tienen el mismo interés: sacar el petróleo con los mayores réditos posibles. Los primeros, para sus bolsillos. Los políticos, que son los buenos, para hacer viables sus proyectos y ojalá, quedarse para siempre con el poder.

La naturaleza es solo una parte del discurso, a la que hay que tomar en cuenta porque suena bonito, porque es socialmente responsable y porque explotación que no se disfraza, es como el mimo que no se pintó la cara antes de engatusar a su público.  La gente que se cruza en esos caminos, estorba. Digan por una vez la verdad.

La dualidad que intentamos vender es la que más nos perjudica, porque no nos respetan como país petrolero y encima se nos ríen en nuestra cara, por llamarnos  todavía un país que ama la vida.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

Más relacionadas