Que los ricos coman mierda

Marlon Puertas
Guayaquil

Reveladora la frase que utilizó la presidenta de la Asamblea Nacional, Gabriela Rivadeneira, a quien los interesados en esos temas pintan como la digna sucesora de Rafael. Frase que canta un grupo llamado Quilapayún, que proclama que hay que virar la tortilla, que los pobres coman pan y los ricos, disculpen la grosería, que los ricos coman mierda.

Reveladora, porque resume, en pocas palabras, una política que explica muchas cosas. Nada de economía, nada de justicia social, nada de igualdad. El tema pasa, interpretando fielmente el concepto, por la revancha. La venganza. El ajuste de cuentas tan esperado, que no repara en las formas, sino en los objetivos. Todo lo que se arma en el camino -leyes, debates, votos, democracia- solo son artilugios. La meta es, justamente, ver humillados a los ricos, esos millonarios malvados y explotadores que, por décadas, han inflado sus cuentas bancarias aplastando los derechos de los obreros, trabajadores que nunca tuvieron oportunidades reales para escapar de sus miserias.

La pregunta, doña Gabriela, es quienes son esos ricos. Al pensar en nombres y apellidos, le recomiendo que ponga mucho cuidado. Porque algunos de ellos, muchos tal vez, estarán a su lado, con camisetas bordadas con estilo indígena, iguales a la que usted usa, que van de pueblo en pueblo repitiendo discursos como los que usted repite, mientras sus cuentas bancarias han rebasado, hace rato, el número de ceros a la derecha, que pone los límites con la clase media. Son ricos. Y son revolucionarios, como usted. Que paradoja, ¿no? Hacen megafiestas para celebrar los 15 años de las niñas de sus ojos y allí se gastan miles y miles de dólares, porque bien se lo merecen, porque fiestas así las anhelaron siempre. Y los menús que se sirven, no tienen nada que ver con el estiércol que usted sugiere. Todo lo contrario, comen fino, exquisitices, que ya quisiera usted, ya quisiera yo, que nos inviten para darnos también ese gustito.

La tortilla siempre se vira, doña Gabriela. Probablemente usted no se ha dado cuenta, porque es nueva en esto, pero en ninguno de los lados de la tortilla, están los pobres. En ambos lados de la tortilla, están los poderosos. De una tendencia o de la otra, eso no importa. Sus actos son parecidos, hablan a nombre de los desposeídos, de los humildes, a quienes conquistan fácilmente con dádivas envueltas en papel de justicia. Y una vez que han conseguido sus votos, hacen lo que quieren. Consiguen plata para sus presupuestos, de donde puedan. Saben que un Gobierno sin recursos no puede aspirar a una reelección. Las utopías de sus discursos las transforman a pragmatismo en sus actos. Pero lo peor de todo es que, sintiéndose tan poderosos, no aceptan que haya algunos, pocos en realidad, que no piensen igual que ellos. Que los critiquen. Que les digan que están equivocados. Que les demuestren que terminaron repitiendo los guiones de aquellos que tanto detestan y critican, por más enterrados que estén.

Lo siento, doña Gabriela, pero los ricos nunca comerán eso. El objetivo, entonces, es que los pobres coman algo más que pan.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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