Déjenlo renunciar

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Si alguien, reiteradamente, amenaza con dejar de hacer lo que está haciendo, abandonar la tarea para la que fue escogido, probablemente, en el fondo, su deseo íntimo debe ser ese y no solo un chantaje de estilo infantil para conseguir sus propósitos.

Es que estar siete años en el poder absoluto, sin compartirlo con nadie, debe cansar. Tomar decisiones todos los días, desde las más trascendentes y combativas para encarar imperios, hasta las más insignificantes y puñeteras para acallar callejeros insolentes, debe provocar un desgaste demoledor. Demasiado para un solo hombre, mortal como todos e irascible como ninguno, lo que en esas instancias de mando resulta contraproducente, negativo, pues es imposible que le sigan su ritmo y le interpreten adecuadamente sus intenciones.

Por eso, cuando me preguntan si tenemos Rafael para largo, soy de los pocos que piensa que no. Que este podría ser, en efecto, su último periodo en la política ecuatoriana. No porque no pueda seguir, en un escenario escuálido de liderazgos como el suyo, sino, sencillamente, porque ya no querrá seguir. El encanto de sentirse el más querido, el más votado, es más efímero de lo que pueden pensar los correístas, quienes desde ahora no pueden disimular su preocupación de ver permanentemente a su líder de mal humor, insatisfecho hasta de tenerlo todo, peleando hasta con su sombra.

¿Por qué será? Porque las fiestas son bonitas mientras hay comida en abundancia y hay plata para pagar la música hasta el amanecer. Cuando alguien empieza a hacer notar que las reservas se acaban y los invitados se acostumbraron al baile, entonces vienen los malestares, porque al final, ya nadie quiere pagar la cuenta.

Rafael no va a querer pagar la cuenta. Que la pague otro. Y así tenga un ejército de adulones que lo atosigue a diario para que eternice el buen vivir, un buen economista sabe que los saldos rojos no se pagan con discursos socialistas en la Asamblea o tarimazos eventuales que ya a nadie entusiasman.

De ahí nacen las advertencias dirigidas, ahora, a sus propios aliados, a quienes él escogió. Si votan por el aborto, renuncio, fue el último pretexto. Lo único que consigue con eso es desnudar de cuerpo entero a sus asambleístas, cuyas convicciones de toda la vida, mueren al estrellarse con la voluntad del líder, sin razones, sin fundamentos, con la única justificación de que él lo pide, de que no es posible dejarlo renunciar, que el presidente está sobre todo, y está, por supuesto, sobre ellos, simples intérpretes de una partitura que no admite inspiraciones propias.

Si quiere irse antes de su hora, déjenlo ir. Un presidente que ya no disfruta lo que hace, en la percepción popular puede convertirse, de la noche a la mañana, de héroe a villano. Después no le gustará otro tema y así, irá sembrando su camino de espinas que lo conducirán, irremediablemente, a su retiro, con más pena que gloria. Mejor que lo haga en su gloria, digo yo, si gloria es haber ganado siete procesos electorales, haberse gastado toda la plata del mundo y finalmente, seguir de mal humor.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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