La tortilla y la mierda

Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

La verdad, no me escandalizo cuando oigo malas palabras, así vengan de una dama. Pero sí me escandalizan los conceptos retrógrados, vengan de quien vengan. Y la historia de la tortilla y la mierda refleja una visión del mundo totalmente arcaica, digna de nuestra izquierda. Pero no por la mierda, sino por la tortilla que se debe virar.

En resumen, lo que se solicita es un simple cambio de lugares: que los ricos se hagan pobres y que los pobres se hagan ricos. En ese razonamiento, por lo tanto, no hay espacio para la creación de riqueza. No existe la posibilidad de que los ricos sigan siendo ricos y que, en base a crear riqueza, los pobres salgan de su pobreza. Y eso lo resume todo.

Resume toda la manera de pensar de nuestros revolucionarios.

Si lo único que hay que hacer es cambiar de mano la riqueza, para qué entonces fomentar la producción. Porque producir implica crear nueva riqueza, pero en esa estrecha visión del mundo, eso no existe. Bajo esa ideología, a los productores se les puede tratar tan mal como se quiera. Al final, su labor (producir) es absolutamente secundaria. La única labor importante es la de redistribuir lo que ya existe. El sueño, el ideal, es lograr que la tortilla se vire.

La industria deja de ser una institución que contrata trabajadores, adquiere insumos y, con muchas máquinas, crea algo nuevo, con más valor del que tenía antes. En otras palabras, deja de ser un «creador de valor» y se convierte en un montón de «ricos» a los cuales hay que quitarles lo que tienen para dárselo a los «pobres».

Los bancos dejan de ser unas instituciones que optimizan el uso de la riqueza, al permitir que aquellos que ahorran (y no pueden o no quieren producir) pongan sus recursos a disposición de aquellos que quieren invertir, pero no tienen suficientes recursos para hacerlo. Los bancos dejan de ser eso y se convierten en un lugar donde los «ricos» ponen su plata, plata que hay que buscar la manera de pasársela a los «pobres».

Los impuestos que se deben cobrar bajo esa visión ideológica no son los mínimos necesarios para financiar un Estado eficiente, sino los más altos posibles, sin importar que desincentiven la producción (pues producir no importa).

Los inversionistas extranjeros no son unos señores que arriesgan su capital al traerlo al Ecuador y que, si bien buscan maximizar sus ganancias, también traen progreso, tecnología y competencia al Ecuador y a sus mercados. No, son simplemente unos «ricos» que vienen de otro país y a los que también habrá que buscar la manera de virarles la tortilla.

Y los Estados Unidos dejan de ser la principal economía del mundo (y el principal mercado para nuestras exportaciones) y pasan a ser un montón de «ricos» con los cuales es bueno pelearse.

Y el país deja de ser un espacio de ilusiones para convertirse en un lugar de venganzas.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en el diario El Comercio.

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