Amsterdam

Juan Jacobo Velasco
Mánchester, Reino Unido

La ciudad de los canales, las bicicletas, Anna Frank y las flores. De museos increíbles como los de van Gogh y Rembrandt. De los coffee shops donde el olor de la cannabis se mezcla con los escaparates de muchachas de alquiler. La ciudad que se ofrece y te invita a sentirte parte de ella con ese delicioso juego de palabras en inglés (I Am-sterdam). Esa ciudad que, como ninguna otra, concentra el legado y habla de la historia de los Países Bajos, marcada por el designio del comercio y los confines a los que sus navegantes y aventureros osaron adentrarse para abrir las puertas al mundo de una comunidad de ascética impronta luterana. Amsterdam es una mezcla increíble de legados, gente y canales, construida como uno de los más importantes centros comerciales y marítimos del mundo, contradiciendo el sentido común de un mar que siempre ha querido engullírsela.

V se dejó sorprender y seducir por la sobriedad, tolerancia y simpleza con la que la vida se manifiesta en la desembocadura del río Amstel. Es una especie de joya de civilidad, que invita a hacerse varias preguntas sobre el pasado, el presente y el futuro. ¿Podemos convivir a escala humana sin la estresante y abrumadora presencia de autos? ¿Se puede crecer y florecer en unos contornos directamente enraizados en la historia, sin perder modernidad? ¿Es factible romper el estigma del negocio de la droga sin que la comunidad y su estructura colapsen como resultado de la «permisividad»? ¿Se puede hacer partícipe de esta visión a personas con pasados, religiones y miradas distintas, sin que la diversidad se vuelva inmanejable?

Amsterdam es un contraejemplo que plantea alternativas viables a varios de los problemas que afrontan las sociedades globales. Pero presupone varias cosas. Por ejemplo, que ciertos valores, como el de la tolerancia, estén tan presentes en una ciudad como los canales o la arquitectura que la caracterizan. Que adultos toleren que otros adultos consuman pequeños niveles de droga como la marihuana, en lugares habilitados para ello, con provisión de atención médica, no significa que la comunidad esté impulsando su consumo, sino que observa que se trata de un problema de salud pública y lo aborda como tal, de la misma manera como antes lo hizo con la prostitución. Esta mirada la comparten cristianos, judíos, musulmanes y ateos de todos los rincones del planeta.

Otro hecho alentador es cómo pasado y modernidad pueden convivir en equilibrio. Cuando una ciudad como Amsterdam cuenta con más bicicletas que personas -quienes usan esos medios de transporte todos los días, todo el año, a pesar de la lluvia o la nieve- o cuando sus edificios señeros mantienen su esencia por voluntad de sus habitantes, el mensaje es claro: la modernidad no puede ser una bandera sin contrapeso. Es la autorestricción en aras de un modelo sostenible lo que permite la armonía. El llamado es prístino cuando la que habla es una de las ciudades más bellas y de mayor ingreso per cápita del planeta.

* El texto de Juan Jacobo Velasco ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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