Patiño Cristina Barcelona

Miguel Molina Díaz
Barcelona, España

Patiño y Rafael decidieron pasar varios días en Europa.

Patiño ha sido el ministro reciclable de la revolución y sospecho que no viene a Barcelona por conocer las obras de Gaudí.

La creme de la creme del correismo residente en Cataluña espera a Patiño al interior del paraninfo de la Universidad de Barcelona. Según se les escucha fueron convocados la noche anterior gracias a una llamada en la que se les dijo que “pasen la voz a los demás compañeros”.

Mientras espero la llegada del Canciller del Ecuador observó los cuadros dedicados a la monarquía española en lo alto del lúgubre salón. Estoy sentado en medio de dos mujeres. Les pregunto si son ecuatorianas.

– No yo soy de acá –responde la una–. Vine porque me gustaría que pudiéramos hacer un proceso constituyente como el ecuatoriano en Cataluña.

– Yo soy estudiante de periodismo –responde la otra, que también es española y que, según me parece, fue por una inquietud periodística y no para seguir los pasos constituyentes del Ecuador.

Cuando llega Patiño todos los presentes se ponen de pie. Atraviesa el salón con la seguridad de Javier Bardem y se sienta en la mesa directiva. El rector de la UB, Don Dídac Ramírez, lo presenta resumiendo lo mejor de su currículo: estudiante y profesor brillante, combatiente en la Revolución Sandinista que derrocó a los Somoza, ministro de esto y de aquello… Nada dice de los pativideos ni de la valija diplomática, pero hace mención a la promoción de los derechos humanos (¿?) que impulsa la cancillería que él dirige.

Después toma la palabra el joven Javier Soraluze, de la Red de Amigos de la Revolución Ciudadana, que participó en un curso internacional sobre el Buen Vivir. Uno que lleva a jóvenes del mundo, durante un mes de estadía en Quito, a sentir en carne propia los nuevos vientos que soplan en América Latina.

Por fin toma la palabra la estrella de la ocasión. Barcelona ya no es la de Gaudí, ni la de Marsé, ni la de Scarlett Johanson. Esta es la Barcelona de Patiño y se lo recibe con aplausos estruendosos. “Hacer una revolución en un país no es fácil”, es lo primero que dice el Ministro. Se le nota cansado. Pobre Ricardo. Apoyar al dictador de Siria y a Lukachenko debe ser agotador. Le entiendo.

Y la presencia de Cristina (Fernández de Kirchner) no podía faltar. Para explicar el apoyo abrumador del presidente Correa el Canciller la cita: “y es que como dice Cristina, los presidentes de América Latina se parecen más a sus pueblos”. ¿Así? Bueno, puede ser. Tal vez si todos tuviéramos cadenas sabatinas saldrían los funestos insultadores que llevamos por dentro.

La exposición de Patiño deslumbra a los pocos que le ponen atención. Junto a mí, tanto la señora que quiere seguir los pasos constituyentes y la estudiante de periodismo toman apuntes. Más allá, una señora correista duerme. Otros revisan el Facebook en sus smarthphones. Patiño habla de una larga larguísima larguisísima noche neoliberal. Un feriado bancario que D E V A S T Ó al país. Se lamenta por los 10 mil trabajadores en el área de salud obligados a migrar rumbo a Chile para buscar trabajo en la década de los noventa (nada dice de los médicos que acaban de renunciar en Ecuador en protesta al nuevo Código Penal).

Recuerda, con enfado, las negociaciones VERGONZOSAS del Estado con el Banco Mundial y con el Fondo Monetario Internacional cuyas condiciones no salían a la luz. Esto último me recordó a los créditos y contratos con los chinos y al préstamo que se le hizo a Duzac. Observo a la estudiante de periodismo mientras toma nota de las palabras del Canciller. Es guapísima.

Y es que ahora todo, según el Canciller, ha cambiado. “El gobierno hace lo que dice y dice lo que piensa”, exclama Patiño como confesando la clave del éxito. Y tiene razón, dijeron que iban a meter la mano en la justicia y lo hicieron. ¡Cumplen! Y las contradicciones son nada más gajes del oficio, lo que importa es la revolución y la AUTORIDAD MORAL –abre bien la boca para decirlo– del gobierno. Ya son poco más de 6 años en ese camino y no olvida recordar que la sociedad ecuatoriana sí tiene responsabilidad por el pasado, “por tener esos gobiernos”, aclara frunciendo las cejas. Y como no podía faltar un ataque a los periodistas, entre idea e idea suelta: “la prensa tiene mentalidad de súbditos”.

Que gran orador se ha vuelto Patiño. Domina la palabra. Es de una frontalidad que mata. “Como dice el presidente Rafael Correa –acota el Canciller–, lo peor que podemos hacer es tratar de contentar a todos”. ¡Ahora entiendo todo! Por eso prefirieron contentar a las Pro Vida y a Monseñor Arregui en esto del aborto por violación. ¡Todo es más claro! Y no tiene problema en explicarlo: “el presidente no hace lo políticamente correcto sino lo que tiene que hacer”. Sonríe después de pronunciar esta frase.

Nos devolvieron la dignidad. Eso es lo que dice. “Le agradecemos al Sr. Assange por darnos la información”, confiesa humildemente. “Por eso le expulsamos a la embajadora de Estados Unidos, ¡ESO ES DIGNIDAD!”. Patiño es un genio de las relaciones internacionales y de la diplomacia. “¿Alguien me puede explicar por qué esos cinco países tienen derecho a veto?”, pregunta y nadie puede responderle. Caray.

Ha pasado algo más de una hora de la magistral conferencia de Patiño. Barcelona está en éxtasis. Anuncia que la Celac será el sustituto de la OEA pero sin EEUU ni Canadá. “No hay identidad con ellos”, comenta. En todo caso, “Snowden merece un homenaje”, eso lo cree profundamente. ¿Le irán a organizar uno como el farrón que le hicieron a Pedro Delgado? Recuerda que el Ecuador fue el primer país en estudiar el asilo al ex agente. Lo que olvida es que ese estudio terminó después que Correa recibió la llamada de Biden, el número dos del gobierno de Obama y ¿número uno en el de la Revolución Ciudadana?

Comienza paulatinamente a despedirse. Se alegra de que por fin la élite de blancos aristócratas de Quito ya no son los únicos que forman parte del servicio exterior ecuatoriano pues ahora hay afrodescendientes, indígenas, cholos y montubios, “el verdadero crisol de la nacionalidad ecuatoriana”, dice. ¡Qué bonito habla! Y bajo esa lógica me pregunto: ¿por qué el presidente no les recibió a las mujeres amazónicas que caminaron hasta Quito? ¿No eran parte del crisol?

Cuando termina la intervención de Patiño todos se paran a aplaudir. La señora que dormía se despierta. Un par de jóvenes universitarios alzan carteles que dicen: ¡ETNICIDIO! y ¡CONSULTA POPULAR! En ese momento recuerdo que, pese a que con razón Patiño denunció el dañó ambiental de Chevron, nada dijo sobre la explotación que su gobierno hará del petróleo en una de las áreas más biodiversas del planeta. Nadie les hace caso a los que exclaman consignas por el Yasuní. El público prefiere tomarse fotos con Patiño. ¿Cómo no? Si él es la estrella. “La Universidad de Barcelona está de fiesta”, dice el rector al despedir a Patiño. Se equivoca. Toda Barcelona esta de fiesta.

– Busca el miércoles en google el artículo ‘Patiño Cristina Barcelona’ –le digo a la estudiante de periodismo que se sentó junto a mí–. Ahí verás un poco sobre las contradicciones del ministro.

Con una bellísima sonrisa me agradece y presiento que es la última vez que la veré en mi vida. Patiño lo seguiré viendo por mucho tiempo más. El tiempo que se demore en hacer la revolución.

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