¿Sin libros ni lectores?

Joaquín Hernández Alvarado
Guayaquil, Ecuador

Para comenzar una anécdota. El día de «Halloween» los directivos de la Librería Sur, Lima, San Isidro, tuvieron una extraña idea que resultó un éxito: hacer en vez de una noche de brujas, una de libros. Ello implicaba por supuesto romper los rígidos horarios laborales de apertura y cierre de la librería. Es decir, que «Sur» estaría atendiendo al público hasta las dos de la madrugada como mínimo. A las doce de la noche, la cola de clientes esperando para pagar atravesaba la librería. Pero eso no era sino el resultado de lo que pasaba en la librería abarrotada, llena de lectores hojeando libros, revisando tapas, preguntando por obras que no aparecían mientras en una mesa del fondo se servía a discreción pequeños vasitos de pisco o copitas de vino tinto….

Los visitantes no compraban por cierto las famosas «50 sombras de Grey» que hoy parece en nuestras librerías ser el producto estrella de la venta de libros ni tampoco ninguno de los títulos de best-sellers o de libros más vendidos ni de autoayuda al estilo del multiescritor «light» de origen brasileño y frase fácil, ideal para tiempos de penuria como hubiese dicho el maestro alemán.

Anagrama, Tecnos, Siglo XXI, Marcial Pons, Adriana Hidalgo, Fondo de Cultura Económica Pre-textos, Trotta, Katz, eran los nombres de las editoriales muchas de las cuales, en nuestro medio dejaron de llegar hace tres o cuatro años. También estaban presentes, en menor número pero en excelente edición y presentación textos de editoriales peruanas como el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

El círculo virtuoso libros/lectores se torna a menudo vicioso sino perverso. «Solo hay los libros que los lectores piden», me dice un distinguido amigo de una de las más importantes librerías del país. «Alguna vez tuvimos pero solo uno y demoramos año y medio en venderlo», remata estadísticamente. Traer los libros que aparecen los Boletines de Novedades de algunas de las editoriales arriba citadas es prácticamente imposible. Recuerdo con nostalgia el Quito de los setenta donde un día conseguí la edición alemana de El ser y el tiempo de Heidegger, expuesto en un anaquel en la sección filosofía. O los días de «Nuestro tiempo» en Guayaquil, en donde lo último del pensamiento occidental estaba disponible y en constante renovación. No había tarjetas de crédito y el dinero escaseaba. No los libros.

¿Qué ha sucedido con los hábitos de los lectores y con las intuiciones de los que dirigen los departamentos de pedidos de las librerías? ¿Las cada vez más significativas clases medias de las principales ciudades del país solo tienen entre sus preferencias el erotismo en dosis balanceadas de Grey o los incontables libros de autoayuda que ofrecen soluciones a la carta para problemas simplificados? ¿El cambio a nivel de país por la exigencia a las universidades de bibliotecas representativas y de docentes investigadores motivará no una sino varias «noches de libros». Por cierto, valga la excepción de «Rayuela» en Quito por su imaginación por un lector distinto.

* El texto de Joaquín Hernández ha sido publicado originalmente en HOY.

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