El show de la política

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Uno podría pensar, aprovechando que todavía pensar es gratis,  que las elecciones son como el baile de gala al que asisten entusiasmados los políticos y sus huestes. Es como la fiesta de graduación de todo un proceso que les ha demandado esfuerzo, plata y muchas, muchísimas mentiras. Es la hora de  recoger los frutos de su admirable esfuerzo, en el que pusieron alma, corazón y vida. Es el momento de saber si todo ha valido la pena.

Con ese sentido, uno pudiera imaginarse que cada uno de los líderes de los partidos -lideresas no hay, por si acaso me reclamen la falta de equidad de género- se convierte por estas fechas en una buena copia de Reinaldo Rueda. Y va fichando a los mejores hombres y a las “mejoras” mujeres, de acuerdo a sus capacidades para determinados puestos. Cada selección de un nombre debería ser  meticulosa, a fondo, desmenuzando las vidas al milímetro de quienes aspiran a representar, no a un movimiento, sino a toda una lucha de principios, de cambios sustanciales que van a mejorar la  sociedad.   Nada puede caer en la improvisación. Todo debería responder a los resultados de un proceso de seguimiento, evaluación y, finalmente, méritos. No cualquiera, por más promocionado o bonito que sea, puede jugar en la selección. Con esa misma lógica, no cualquiera podría ser candidato a alcalde, a prefecto o a concejal.

Pero no. Aquí se aplica  la lógica al revés. Primero se mide la  popularidad y luego las capacidades. Es como si la fea del barrio vaya como representante nuestra para el Miss Universo. Estamos, de entrada, arrancando mal, porque al Miss Universo solo podemos mandar mujeres como Constanza Baéz. Y en  los puestos de mando público, solo deberíamos elegir a quienes tienen aptitudes para ello, con liderazgos que nada tienen que ver con esas actitudes de nuevos patrones, incapaces de generar políticas públicas útiles, que no sean esas que sirven para el entretenimiento de las masas, lo que finalmente es su única especialidad.

A todo esto, los caudillos tendrán que rendirnos cuentas.  Ellos son los principales responsables de haber convertido a las elecciones de Ecuador en una feria de vanidades y en una prolongación de los espectáculos que vemos por la televisión y aplaudimos en las tarimas con música de tecnocumbia. Esta mezcla explosiva,  de política y show, solo nos deja como resultado una carencia absoluta de liderazgos y más que eso, la nula intención de cambiar este escenario. Para qué, si la gente les da la razón, vota por sus estrellas y las reelige, cuantas veces quieran estos privilegiados.

Al baile de gala que tendremos en febrero irán muchos invitados con sus harapos intelectuales, porque en la carta de invitación que les pasó el CNE decía traje informal. Para qué más. Esta es la fiesta de la democracia y así debe funcionar, no se puede excluir a nadie y todos deben tener las mismas oportunidades. Bueno, no todos. Aquellos que sus caras no son conocidas ni en sus  barrios, prepárense a perder. Los que se dedicaron a hacer brillantes carreras profesionales normalmente no saben bailar. Esto no es lo suyo.

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